Clase maestra

"A fines de los años 60, el Premio Nobel Pablo Neruda llegó al Perú, pero no desembarcó. Neruda me contó que desde la adolescencia sabía de memoria versos de Abraham Valdelomar, sobre todo, Tristitia” (César Lévano).

Por Ángel Paez

El mejor homenaje a un maestro es recordar sus enseñanzas. “Profesor, ¿qué lecturas recomienda para aprender a relatar una historia?”, le pregunté a César Lévano un día en una clase de periodismo en San Marcos. Ceremonioso, respondió: “Un periodista se gana el respeto si ha leído los cuentos de Guy de Maupaussant, Antón Chéjov y Edgard Allan Poe”. Eran tiempos de violencia política desaforada, de asesinatos, apagones y bombazos. Entre tinieblas, también aconsejó: “Para informar sobre los conflictos hay que conocer el alma de los contrincantes, como lo hace Dostoyevski en Los endemoniados, Conrad en El agente secreto y Tolstói en Guerra y paz. En una guerra no solo hay muertos y heridos sino también mentes y corazones perturbados”, explicó.

¿Y grandes reportajes? ¿Qué títulos sugiere?, le pedimos. “Pero, claro. Diez días que conmovieron al mundo, de Reed; Homenaje a Cataluña, de Orwell; A sangre fría, de Capote”, indicó Lévano. Conocía cómo se había escrito el libro, lo que padecieron los autores y las consecuencias de lo que descubrieron. Poco tiempo después descubrí su babilónica biblioteca, hermosamente desordenada, enredada con una lógica que solo entendía su propietario. Hablaba solo de lo que había leído.

En las hileras y rumas de libros destacaban los libros de poesía. No se trataba de una afición sino sobre todo de una práctica que mantuvo toda su existencia por una razón: “Periodista que no lee poesía, pobre de él. La poesía enaltece el lenguaje, nos permite conocer palabras nuevas, diversidad de formas de expresión. Es muy fácil identificar a un periodista no habituado a la poesía: tiene anquilosado el lenguaje”, sostenía.

Era un defensor del ejercicio periodístico honesto, que no se vendía, que no se arrodillaba. Emocionado, nos leía fragmentos de Ficha de bronce, de Upton Sinclair; Yo acuso, de Émile Zola; y El honor perdido de Katharina Blum, de Heinrich Böhl, libros dedicados sobre lo bueno, lo perverso y lo justo del periodismo. Por supuesto, estaba al tanto de las corrientes renovadoras en la profesión, como el Nuevo Periodismo estadounidense y la renaciente crónica latinoamericana (Monsiváis, Samper, Soriano). Era generoso con los libros: no los prestaba, nos recomendaba a su librero preferido. Hasta la próxima clase, maestro.

Publicado en el diario La República el 29 de marzo de 2019.

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