La pluma de oro

Maestro César Lévano en su biblioteca (foto: Gerson Ferrer).

Apuntes sobre César Lévano (1926-2019) desde una sala de redacción. Un periodismo militante, un redactor exquisito, un hombre cabal. La puerta giratoria al periodismo liberal. El accidente a los 12 años.

Por Ricardo Uceda

Conocí a César Lévano en 1976, cuando era jefe de redacción de Momento!, un semanario no oficial del Partido Comunista. El nombre denotaba actualidad, pero el único, combativo signo de admiración, sugería un paralé a cualquier intentona derechista. Mantuvo hasta su muerte una militancia ideológica, y parte de lo que escribía reflejaba ese compromiso. ¿Cómo hacer para que la verdad se concilie con una causa supuestamente justa? Es un dilema de imposible solución.

Trabajé en cuatro ocasiones con Lévano y el aprecio que le tuve procede de las vicisitudes en la redacción y del trato personal sucedáneo, incluido el social. Cuarenta y dos años de una relación “en el vestuario”, como se dice ahora de los futbolistas, e incluyo el 2018, cuando integró el Comité de Premios Nacionales del IPYS. Aun así, no basta para referenciarlo en todas sus facetas. Ni siquiera en la de periodista, pues empezó a escribir en 1948. Cuando me puse a sus órdenes tenía 23 años, me acababan de despedir de Expreso y estaba a punto de casarme.

Baño de estilo

Me aprobó el primer texto recordándome que pusiera las iniciales entre paréntesis tras nombrar a una institución. No recuerdo el caso pero pongo un ejemplo: Agencia France Presse (AFP). Lo entendí como una reprensión, porque yo ya tenía que saber eso. Por aquellos años había mucha rigurosidad en los términos formales de la redacción periodística. Y se suponía que tanto a mí como a Elmer Olórtegui, el reportero principal, el partido nos pagaba porque éramos profesionales que traeríamos materiales prácticamente listos para publicar. (Olórtegui, dicho sea de paso, es autor del mejor libro sobre el gobierno militar de los años setenta, El Señor de los Incendios. Desconocido porque lo produjo él mismo y solo lo distribuyó entre allegados).

Pensándolo ahora, creo que Lévano no quiso decirme algo intimidante sino práctico. En años siguientes no recuerdo haberlo visto orientando a periodistas sobre la mejor forma de escribir.

–Esto requiere un baño de estilo –decía, ante un texto enrevesado. Acto seguido lo reescribía en un santiamén.

Puerta giratoria

He trabajado con varios periodistas que escribían muy rápido y muy bien: José María de Romaña, César Hildebrandt, Guillermo Thorndike, Humberto Castillo, Mirko Lauer. He trabajado con otros muy buenos escritores más lentos, como Víctor Hurtado. En la izquierdista Marka, repleta de intelectuales, el mordaz Hurtado andaba a la caza de originales deficientes, y la primera vez que leyó un texto mío me preguntó: “¿Por qué escribes bien si eres periodista?”. Lévano, sin ser veloz, era un fondista. Soy testigo de que a sus 68 años podía escribir desde las nueve de la noche hasta las siete de la mañana, sin más interrupción que una sopa de medianoche en la esquina, y luego salir a desayunar como si tal cosa.

Lévano era comunista, y podía concebir al periodismo como una extensión de la política. Lo ejerció durante la Guerra Fría, cuando el mundo estaba dividido en bloques. Al otro lado había periodistas muy talentosos también que podían apoyar dictaduras militares de derecha. Lévano ejerció el periodismo militante aun después de transcurrida aquella época –en sus últimos años bajo una trasnochada postura ideológica– pero con una puerta giratoria hacia el periodismo independiente. Así, de Caretas pasó a ser corresponsal en Moscú del semanario comunista Unidad. Y al volver regresó nuevamente a Caretas, de donde emigraría por segunda vez hacia el PC para ser el jefe de redacción de Momento! Yo lo encontré más tarde en el izquierdista Diario de Marka y luego en Sí, una revista de información y análisis sin ataduras ideológicas.

Un libro en alemán

En tantos años no recuerdo haberlo visto discutir de política sino de libros, personajes y anécdotas. No era un predicador, aunque pudieran favorecer esa imagen su pobreza, su modestia, el haber estado preso por sus ideas. Su historia como director de medios militantes no hace a Lévano un referente del periodismo liberal, que pretende un distanciamiento de la política y de los poderes frente a los cuales debe ser árbitro imparcial. Pero una vez dentro de un medio del sistema funcionaba como el mejor, y podría haber destacado en el staff de cualquier gran periódico del mundo. En mi caso, cuando dejé el periodismo militante ya no di vuelta atrás, pero entendía la naturaleza de Lévano y hubiera bendecido la oportunidad de trabajar con él una vez más, volteando notas y discutiendo el ángulo que podía tomar alguna crónica. Era un redactor exquisito más que un jefe que indicara a un reportero la forma de conseguir información. A Olórtegui, en Momento!, lo desconcertó:

–No daba órdenes sino que empezaba una conversación sobre lo que habría que hacer. Y luego se ponía a leer un libro en alemán.

Leía alemán, en efecto, lo mismo que inglés y francés, ruso e italiano, y a la menor tertulia derramaba su vasta cultura. Fue ejemplar en su excelencia como escritor de textos memorables, en el extraordinario esfuerzo que empleó para cultivarse, y en su conducta de hombre cabal. Jamás le escuché una maledicencia en contra de nadie.

¿Qué pensará…?

Desde que me contó su accidente no pude dejar de recordar la escena cada vez que lo veía. Tenía doce años, vendía periódicos en La Victoria desde un puestito en la esquina de Grau y Abancay. Cuando subía a una caja para colgar de una pita sus ejemplares un auto le destrozó la pierna izquierda. Sangraba de manera incontenible. No perdió el conocimiento mientras lo condujeron a una asistencia pública.

–¿Qué pasaba por tu cabeza? –le pregunté.

–¿Qué pensará mi papá?, me decía. Me daba pena por él.

Un niño con la pierna destrozada doliéndose del dolor que sentirá su padre. Mientras me lo contaba escondí un lagrimón.

Publicado en el diario La República, 26 de marzo de 2019.

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