Exploramos el lado poético de un reconocido periodista de la vieja escuela.
Por Ana Núñez
Mucho nos dice saber que César Lévano lleva ese nombre no por decisión de sus padres, sino por decisión propia. Mucho nos dirá sobre su devoción a la poesía y al más universal de los poetas peruanos. Un lejano día en la primera mitad del siglo pasado, Edmundo Dante Lévano La Rosa decidió que en adelante pasaría a llamarse César, como el autor de esas letras que en su primera infancia ya lo sacudían. Fue como un autobautizo en el fuego de la poesía. César Lévano no solo es el periodista que ha perseguido la justicia social y ha engrandecido el oficio desde su trinchera, sino también el autor de Poemas y otros cantares (Sinco Editores), una recopilación de sus tres poemarios que nos muestran la hondura de sus versos y el alcance de su lucha.
¿Qué fue primero el periodismo o la poesía?
Yo escribo poesía desde muy niño. Lo que escribía entonces era muy malo, por supuesto. Escribía en un cuaderno de contabilidad, para mayores desgracias. Muy temprano, antes de los diez años, encontré en mi casa los libros de González Prada y de Rubén Darío, y la revista Amauta, que traía poemas de Vallejo y de Neruda.
¿Compartía lo que escribía con alguien?
Con mi padre y con mi hermana. A mi padre le leía en la cama (ya estaba postrado). Recuerdo que un día llegó uno de sus compañeros a visitarlo y al enterarse de que yo escribía poesía, le dijo: “Su hijo va a ser un gran anarquista”. Mi padre le respondió: “No lo sé; yo no voy a imponerle mis ideas”. Eso engrandeció para mí la figura de mi padre. Lo vi crecer como un gigante.
¿Un niño de diez años a quién le dedica sus poemas?
A la naturaleza y a la lucha social.
La lucha social marca toda su vida. ¿Podríamos decir que la suya es una poesía social, o la poesía no resiste ese tipo de etiquetas?
Sí, en cierto modo, llamarle poesía social a cierta poesía es desfigurarla. El problema de la poesía consiste en ser poesía. Sin más. Por ejemplo, la poesía de Eguren. Algunos dicen que es literatura infantil, ¿por qué? Yo conozco un poema suyo que apareció en el periódico La Protesta, dedicado a los mártires asesinados en la batalla de Chicama, en 1912, y está firmado con seudónimo.
Siempre se dice de César Lévano que es un roble, un hombre fuerte al que no le cambiaron los ideales ni con la prisión. Pero en su poesía encuentro a un hombre vulnerable que habla del amor romántico mientras persigue la justicia social.
Claro. Yo escribí en una columna del Diario Uno unas palabras del poeta Jorge Eduardo Eielson que dicen: “No hay poesía hay solamente/ Vida. Lo que pasa es que la gente/ No sabe que la poesía/ Es vida y sobre todo/ Que la vida es poesía”.
Sin embargo, no mucha gente lee poesía en nuestro país.
Desgraciadamente, y la educación tiene mucho que ver. Hace unos años, César Hildebrandt me contó que cuando iba a fundar su revista pidió a universidades privadas [que le contactaran con] sus exalumnos o exalumnas con las más altas notas. Un día llegó una niña, se presentó: primera alumna en el ingreso y en todos los años. En la mesa de César estaba ese tomo gigante de la poesía de Vallejo, editado por Paco Moncloa, que es un tremendo tomo, y la chica le preguntó: “¿Y eso, qué es?”. “Es la poesía de Vallejo”, le dijo César. “¿Y quién es Vallejo?”. Y era Vallejo…
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POESÍA
Poemas y otros cantares
César Lévano
Editorial: Sinco Editores
Páginas: 235
Precio: S/. 60.00
En su poesía le ha escrito al amor sin medida ni clemencia. En realidad es un romántico y ha querido ocultarlo.
[Sonríe] No, no es que lo quiera ocultar… Todo ser humano con algo de nobleza es un romántico. Creo que fue Darío quien escribió: “Románticos somos y a orgullo tenemos románticos ser”.
Según ha confesado, conoció la felicidad junto a su amada Natalia.
Claro que sí. Natalia fue una mujer fuera de serie. Necesitaba serlo para aguantarme tantos años. Con ella conocí la felicidad plena, saber que el amor no es flor de un día. A su muerte, escribí que me acompañó en los días difíciles y en los días pésimos. Y eso fue verdad.
Cuando Natalia murió se declaró “huérfano” de ella, como también lo ha sido a muy temprana edad de padre y madre. Sus grandes amigos Manuel Acosta, Juan Gonzalo Rose, Ciro Alegría, Arguedas, Pablo Casas, entre otros, también partieron. La vida se empeña en dejarlo huérfano…
Es verdad, me han dejado solo… Todos ellos eran genios, realmente. En todos los campos. Haberlos tenido de amigos casi me parece mentira, sin ninguna nube en la amistad.
Tuvo una relación especial con Juan Gonzalo Rose. Compartían también la poesía.
Con Juan Gonzalo hemos sido amigos desde la juventud más temprana y hemos trabajado juntos. Un día lo entrevisté, hace muchos años, y yo le dije: Juan Gonzalo, tu generación de poetas quiso superar las huellas de la influencia de Vallejo. Y me contestó: sí y de ese acto de parricidio quedamos manchado con su sangre. ¿Hermoso, no? Ese era Juan Gonzalo. Creo que era el poeta más auténtico que ha tenido el Perú en el siglo XX. Era poeta todas las horas del día.
Qué bonito eso…
Una vez, unos jóvenes periodistas y poetas sacaron una revista para enfrentarse a Caretas y un día estaban con la portada lista para la edición: era una guapa poniendo un pie en el mar, en La Herradura. En eso entra Juan Gonzalo a la sala de edición…»Juan Gonzalo», le dicen, «qué le pondrías tú a esta imagen». Juan Gonzalo miró: mar, viejo verde. Ese era Gonzalo.
Qué afortunado es de tener todos estos recuerdos.
Es verdad… Cuando a veces estoy a punto de estar triste, me acuerdo de eso y me alegro.
El Comercio, 21 de mayo de 2018.