Aún está por escribirse la verdadera historia de la lucha de América Latina en pro de su unidad, con miras a defender herencias y posibilidades. El texto aporta datos sobre esa movilización que inició Bolívar y que en el siglo XX reanudaron Manuel Ugarte, José Ingenieros y, en los años 30, Haya de la Torre. El artículo fue publicado originalmente en Caretas, el 16 de diciembre del 2004.
Por César Lévano
Al principio era una obsesión que lo animaba a través de nevados, arenales, ríos, mares; en medio de batallas con la espada o la palabra; era a veces un sueño solitario, su sueño americano que le hizo escribir: “Para nosotros, la patria es América”.
Con ese anhelo imaginó Simón Bolívar, en Cusco, en diciembre de 1824, pocas horas antes de la batalla de Ayacucho, el Congreso anfictiónico de Panamá, que se materializaría dos años después. La idea evocaba las anfictionías surgidas en la Grecia clásica como ligas sagradas de pueblos y ciudades en torno a un culto común.
No quería que se invitara a Estados Unidos. Sabía que un año antes, el 2 de diciembre de 1823, el presidente James Monroe había proclamado el principio, conocido como Doctrina Monroe, de que cualquier intervención europea en América libre sería considerada peligrosa para “la paz y seguridad” de Estados Unidos.
Bolívar trazaba ya entonces una raya histórica: entre el panamericanismo de Monroe y el bolivarianismo o, más bien, latinoamericanismo, dibujado por su espada.
Finalmente, en 1825, ideó una Federación de los Andes, que sería sólo de los países por él liberados. Era la reanudación de la propuesta del prócer argentino Manuel Belgrano, quien en 1816 propuso al Congreso de Tucumán fundar las Provincias Unidas de Sudamérica, con capital en el Cusco y un inca emperador allí instalado.
Ahora vemos que Bolívar bosquejaba lo que hoy es la anunciada Comunidad Sudamericana de Naciones.
Después, los intereses pequeños y las menudas ambiciones nos volvieron provincias desunidas.
En el siglo XX, la idea bolivariana reemprendió la marcha. Gran precursor, injustamente omitido, es el escritor argentino Manuel Ugarte, un hombre adinerado que en 1912 emprendió una gira continental, con su plata y sin auspicios, que abarcó incluso a Estados Unidos y a través de la cual llamó a condenar afanes hegemónicos de este país y a crear la unidad latinoamericana.
En el libro Mi campaña Sudamericana de Ugarte, publicado en Barcelona, en 1922, por la Editorial Cervantes, figuran los discursos que pronunció en su periplo de siete años. Notable es la conferencia que dictó en el Teatro Municipal de Lima el 3 de mayo de 1913, en la que dijo: “la doctrina de Monroe nos ha defendido de Europa, pero ¿quién nos defiende de la doctrina de Monroe?”.
La disertación de esa noche se titulaba “Norte contra Sur”. Llamaba a crear los Estados Unidos del Sur y afirmaba que “cuando los Estados Unidos se opusieron a que Bolívar fuera a liberar las Antillas, ya estaban preparando su ocupación futura”.
La conferencia tuvo un oyente insólito, el cual, tres años después, en su columna de El Tiempo, el 17 de julio de 1916, escribiría: “escuché con enorme interés y sobrado entusiasmo la conferencia que Manuel Ugarte ofreció en el Teatro Municipal con el objeto de soliviantar nuestros sentimientos latinoamericanistas y nuestro orgullo de raza”. “Yo pensé”, escribiría el joven periodista, “yo pensaba ya a los quince años”…El pensativo muchacho se llamaba José Carlos Mariátegui.
En la disertación de Lima, Ugarte recordó las frases que acababa de escribir el presidente republicano de EE.UU. William Taft, padre de la “diplomacia del dólar” y progenitor de dictaduras latinoamericanas: “Todo el hemisferio será nuestro, de hecho, como en virtud de nuestra superioridad de raza ya es nuestro moralmente”. “No está lejano el día en que tres banderas de estrellas y barras señalen en tres sitios equidistantes la extensión de nuestro territorio una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur: Todo el hemisferio será nuestro, de hecho, como en virtud de nuestra superioridad de raza ya es nuestro moralmente”.
Revelador párrafo del presidente republicano Taft, que quería un continente con una sola bandera: la de EE.UU.
El fundador
El psiquiatra José Ingenieros, italoargentino, sería el gran fundador del latinoamericanismo como movimiento colectivo y de escala continental, apoyado en una corriente intelectual y estudiantil en acción. Manuel Seoane, desterrado en Buenos Aires por la dictadura de Leguía, fue activista de ese movimiento. En el prólogo que escribió para el libro Nuestra América y el imperialismo yanqui, editorial Historia Nueva, Madrid, 1930, elogia el papel promotor de Ingenieros, que creó, “allá por 1922”, la Unión Latinoamericana. La Unión tuvo su revista, “Renovación”, en algún momento dirigida por Seoane.
En esa marejada histórica se ubica Víctor Raúl Haya de la Torre, cuando, el 7 de mayo de 1924, entrega a la Federación de Estudiantes de México la bandera de la “Nueva Generación Hispanoamericana”. No fue, como sostienen los compañeros apristas, la fundación del APRA , ni fue el primer clamor unionista latinoamericano. Pero es de justicia precisar que Haya y el aprismo hicieron de la unidad antimperialista latinoamericana una bandera de lucha.
Por enarbolarla sufrieron ostracismo político, cárcel, muerte y destierro. Larga marcha de ideas, hombres, luchas precede a la flamante creación de la Comunidad Sudamericana de Naciones.