Testigo de una tempestad

Escritor y jinete Manuel Scorza en los años 60 (Foto: article.wn.com)
Por César Lévano

Otra novela peruana suena y resuena en el ambiente literario de Europa. Es “Redoble por Rancas”, de Manuel Scorza. Con autorización del escritor, CARETAS entrega a sus lectores, más adelante, una primicia real: un capítulo íntegro de éste que viene a ser el primer volumen de “Balada”, una vasta narración en que entran magia y realidad, heroísmo y pecado, todas las sangres de las luchas campesinas en el Perú de los años sesenta, luchas que a menudo hallaron eco en estas páginas. Las imágenes e Perís son otra exclusividad: las captó este 28 de marzo Antonio Gálvez, español que ha publicado extraordinario álbum gráfico sobre Luis Buñuel, el genio hispano.

En algún lugar, el poeta Heinrich Heine ha recordado un pensamiento de “mi maestro Hegel” durante una clase: si se pudiera reunir todo lo que un pueblo sueña en una sola noche, se tendría de ese pueblo una imagen más fiel que la ofrecida en los libros.

Más afortunada que la filosofía, la ficción literaria puede de vez en cuando satisfacer con creces el anhelo de Hegel: los sueños y la historia se codean entonces en una misma página; el realismo y la magia se disputan el lecho y cohabitan.

“Redoble por Rancas”, la resonante novela de Manuel Scorza, es ejemplo de lo que decimos: el sueño se entromete allí en la lucha de los campesinos; la adivinación y el diálogo entre muertos circulan naturalmente en la sangre de la rebeldía y la masacre. El viejo realismo, de postal y espejo, ha quedado atrás.

Scorza asienta en el prólogo de su obra: “Más que un novelista, el autor es un testigo”. En esto reside su fuerza y su nobleza. Su requisitoria literaria, apasionada y bella, contra las depredaciones del gamonalismo y de la Cerro de Pasco Corporation se alza a veces a altura de epopeya.

Un momento de nuestra historia y nuestro espíritu, la dura y justa lucha de una generación, de un pueblo, están artísticamente transfigurados en “Redoble por Rancas”.

El realismo mágico de Scorza se sumerge en la crónica de los años sesenta, en la etapa del ascenso poderoso y heroico de las luchas campesinas por la tierra. En ese instante en que por primera vez en nuestra historia las masas agrarias se levantaron en una poderosa orquestación de esfuerzos. El escenario escogido por Scorza no es, ni podía ser ya el sir quechua tradicional de José María Arguedas. Su mundo se semeja, más bien al del mestizado norte de Ciro Alegría.

Continuidad literaria

“Más cerca, cada vez más cerca, el estruendo de los máuseres continuó sonando”. Con esas palabras se cierra “El mundo es ancho y ajeno”, libro poderoso al que los latinoamericanos del futuro volverán con mayor atención cada vez, porque allí deja de ser cierto que la naturaleza se trague a los hombres.

En “Redoble por Rancas”, los derrotados reanudan una lucha, ahora en una escala mucho más vasta y enérgica. Los comuneros de Rancas o de Yanahuanca luchan, sufren y mueren, en las páginas de Scorza, en son de tempestad y victoria. “¡Silencio! (grita un luchador campesino). No es hora de gritar, sino de pelear. Hoy nos jugamos el todo por el todo. ¡Ármense con palos, con piedras, con lo que sea! ¡El todo por el todo! ¿Oyen?”.

Vibra en “Redoble por Rancas” el momento en que la crisis agraria y las luchas campesinas habían comenzado ya a doblegar los viejos poderes del latifundio. Este resultado literario tiene enorme importancia moral en un país en el que muchos quisieran negar a las masas populares capacidad de creación histórica.

Scorza, discutido, y, en alguna ocasión, despedazado como poeta, fue participante activo en las acciones de los comuneros del Centro. Es ese un aspecto poco conocido en un país donde su fama le viene principalmente del papel de editor, en todo caso, la militancia agrarista le da el perfecto conocimiento, que por ratos llega a sabiduría, de una gran lucha. Su Héctor el Nictálope o su Abigeo seductor de caballos son creaciones absolutas de ficción, personajes queridos que la experiencia cristalizó en fantasía. Otros están arrancados directamente de los archivos tintos de sangre. Por ejemplo, el Alcalde de Rancas, Alfonso Rivera Rojas, asesinado por las fuerzas represivas en mayo de 1960. O el alcalde de Pasco, Genaro Ledesma, más tarde elegido parlamentario por la voluntad de un pueblo en lucha.

Una acotación puede explicar en qué consiste la hazaña de Scorza. En 1962, Ledesma publicó un libro de versos: “El rostro de la tierra en el espejo”. Era abrumadoramente malo como poesía; pero llevaba un prólogo que bien pudiera ser el germen o el resumen de la novela de Scorza. Una parrafada lo revela:

“Cuando en octubre de 1961, medio millar de tropas rodeaba a la Comunidad de Yarus Yacán, para emprender la matanza si no le dejaba sus estancias a la insaciable y voraz Corporation, un padre de familia que estaba con sus ocho hijos, saliendo de la multitud de los comuneros se acercó a uno de los capitanes que montaba un piafante caballo de la Compañía diciéndole a viva voz: “¡mátame!”; “¡mátame!”; “¿por qué no me matas?”. Ante tan insólita exigencia el capitán le contestó: “sopedazo de bruto, ¿para qué quieres que te maté?” replicándole inmediatamente el comunero en medio del silencio que se hizo en asaltantes y asaltados: “para que muriendo yo solo, no muera el resto de los comuneros ni estos mis ocho y para que con mi sangre nadie más venga a quitarnos nuestra tierra!”.

De esta emoción y de esa sangre está hecha “Redoble por Rancas”. Sólo que eso que era crónica se ha levantado a literatura.

Un punto a observar: algunos amigos de Manuel Scorza, y el propio autor, se han dejado llevar por una pasión menor al hablar en estos últimos tiempos sobre Vargas Llosa. Hemos dicho lo nuestro en una crítica a “Conversación en la Catedral”, novela que pretendía “mostrar” (palabras del autor en un diálogo sobre “Los Cachorros”) la época de Odría, y sólo acertó a empequeñecerlo todo. Reprochábamos a Vargas Llosa no la falta de fidelidad o sumisión a los hechos. No. Le encarábamos ausencia de profundidad en la visión – visión si se quiere mítica, fantástica, grotesca, mágica, de esa tiranía que fue algo más que un crapuloso Cayo Mierda o unos estudiantes frustrados o un “proletario” (según José Miguel Oviedo) que se reduce a chofer-amante de un ricachón marica. Ese es nuestro punto de vista sobre “Conversación”. Pero nada puede llevarnos a negar los valores formales que hay en las obras de Vargas Llosa, ni su búsqueda titánica por penetrar la verdad social o espiritual de una época. Tampoco creemos que valga la pena distraerse en una “pelea del siglo” literaria, ni que haga falta comparar a Scorza con García Márquez para enaltecer a aquel. “Cien años de soledad” es aporte absoluto a la literatura universal. Scorza mismo ha aprovechado algunas lecciones del gran creador colombiano. Quién sabe si la gran ventaja de Scorza consista cuando se cierra el ciclo novelístico que acaba de abrir, en la lucidez histórica y política.

Retorno a la sencillez

La novela de Scorza marca un retorno a la sencillez de las estructuras y el estilo novelístico. Posee una frescura narrativa que no abunda hoy en Latinoamérica, y que sin duda le ganará lectores. Uno de sus defectos, tal vez el principal, es la sobrecarga metafórica impuesta a verbos y adjetivos, en un recurso que se prodiga hasta muletilla y disfuerzo: “la plaza engordó de rostros graves”; “el cabo los vistió, de nuevo, de desprecio”: “bajo la espuma de los vasos engordaba el silencio”: “la ciudad se cocinó en rumores”. Recurso nada novedoso, adquiere fuerte sabor a mal gusto cuando se emplea en episodios trágicos.

A pesar de eso, el hecho está allí, macizo y victorioso: un libro notable en una bella edición de Editorial Planeta de Barcelona, y en proceso de traducción en Francia, Italia, Alemania Occidental e Inglaterra.

“Redoble por Rancas”, que no tarda en aparecer en las librerías limeñas, en el primer volumen (pero un volumen de lectura independiente), del ciclo cuyo título general será “Balada” y que consta de otros cuatro libros: “El tamaño del miedo”, “Cerco y demolición de Remigio el Hermoso”, “Los muertos no nos dejan vivir” y “Romance de la guardia civil”. Joaquín Mortiz, de México, va a editar, simultáneamente con las impresoras europeas, esos cinco libros. El ciclo consta de dos mil páginas. Puede resultar la novela más vasta escrita en la América latina. Es posible que su autor haya previsto toda una estrategia editorial al escribir su obra. Es conocida la aceptación que tiene en Europa estas novelas caudalosas y en varios tomos.

Scorza reside actualmente en Francia, dedicado a la enseñanza de Literatura Hispanoamericana en la Escuela Normal Superior de Saint Cloud. Nacido en lima, de padres huancavelicanos, su progenitor fue panadero. Al igual que Vargas Llosa, pasó unos años duros en el Colegio Militar Leoncio Prado. La dictadura de Odría lo desterró por aprista. Rompió con el Partido Aprista en una carta célebre que intituló “Good bye, mister Haya”. Se consagró a la poesía a lo largo de cinco libros, y al negocio editorial con pasmosa energía y eficacia numismática, aunque después lo arriesgó todo y lo perdió todo, entre otras cosas por ayudar los campesinos en lucha.

Caretas N° 433, 6 de abril de 1971.

 

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