Por César Lévano
En 2011, en mi libro Últimas noticias del periodismo peruano, publiqué un ensayo, del que entresaco algunos fragmentos: Gabriel García Márquez, en un texto sobre este género periodístico, advierte contra los entrevistadores que se vuelven demasiado complacientes o demasiado agresivos. “Los primeros –dice– no harán nunca nada que en realidad valga la pena. Los segundos no consiguen nada más que irritar al entrevistado, éste terminará por gritar la verdad de pura rabia. Otros emplean el método de los malos maestros de escuela, tratando de que el entrevistado caiga en contradicciones, tratando de que diga lo que no quiere decir, y tratando, en el peor de los casos, de que digan lo que no piensan.”
Todo el secreto está en ser correcto sin perjuicio de ser incisivo; en permanecer cordial sin vacilar, si es preciso, en ser incómodo. Nada más pobre que esas entrevistas de capilla –que se dan sobre todo en la izquierda– en las cuales el entrevistado hasta se pregunta y se responde. No. No hace falta ser un enemigo para plantear las interrogaciones que están nebulosamente en la conciencia y el corazón de las gentes, y que el periodista tiene la obligación de condensar en un relámpago inquisitivo. De una pregunta acerada puede brotar una conmovedora verdad o, simplemente, una verdad histórica.
La primera entrevista famosa del periodismo peruano es aquella que a fines del siglo XIX hizo Abelardo Gamarra a Nicolás de Piérola en el diario El País. Luis Alberto Sánchez y Braulio Guevara —este último en la revista arequipeña Escocia, en 1939— han recordado el filo desentrañante de esa interviú. El cusqueño Guevara, que escuchó la historia de labios de El Tunante mismo, ha contado así el episodio:
“–¿Y cómo así se le ocurrió a Ud., mi señor don Nicolás, fundar el Partido Demócrata?
“La vocesita meliflua y amanerada del caudillo diminuto respondió: “
–Qué quiere Ud. que haga, mi querido señor don Abelardo, si Pardo ha cogido a la aristocracia, a mí no me quedaba otra cosa que coger al pueblo.
“Don Abelardo, el gran don Abelardo, cortando intempestivamente a Piérola, le espetó: “–¿Y si Pardo hubiera cogido la contraria, es decir, al pueblo, qué hubiera hecho Ud. mi señor don Nicolás?
“Si no recuerdo mal, Piérola se refugió en el silencio. Tomó una caja de habanos y preguntó:
“–¿Fuma usted, don Abelardo?”
No es Piérola el último que haya ‘cogido’ al pueblo solo porque otros ya ocupan el espacio político a que estaban destinados por su origen, sus personalismos, sus nexos históricos, su ideología y sus fobias.
Para mi gusto, la mejor entrevista de prensa que se haya escrito en el Perú es la que Alfonso Tealdo hizo a Raúl Porras Barrenechea en la revista Gala, en octubre de 1948. Imposible conocer al personaje Porras sin leer esa entrevista. He allí logrado al máximo el fin de este género: la verdad del personaje; la verdad de la historia:
Si algo hay que aprender de los viejos entrevistadores es esa capacidad de escuchar, como exige García Márquez, los latidos del corazón, “que es lo que más vale en la entrevista” y que el magnetofón no registra. Una mirada que perfora como un taladro de luz un libro viejo, un Quijote sobre un piano, una lágrima que se desliza por una mejilla, un traje negro (Edith Piaf), un paisaje ante la ventana, una guitarra o un cacharro de cobre colgados de una pared pueden añadir sentido a las palabras del entrevistado. O darles plenitud, tragedia, belleza. Vida.
Publicado en el semanario Perfil el 11 de octubre de 2018.