César Vallejo, El Periodista

El poeta en Niza, 1929.
Por César Lévano
El siguiente texto fue escrito para la revista de la Universidad “Bausate y Meza”. Ignoro si ha sido publicado.

César Vallejo, aparte de poeta genial, fue maestro de la prosa más prosaica: la prosa periodística. Es en ese sentido un maestro de la técnica y el estilo de la escritura destinada a periódicos y revistas. Su arte es el de la concisión, la exposición ordenada y la variedad. Notable es la variedad sobre todo de sus crónicas escritas desde Europa, cuyo carácter misceláneo es como un escaparate de novedades, en las cuales suele atisbar el futuro en germen. Su visión es dialéctica, ve los conflictos y su arribo al futuro.

Otro aspecto distintivo de su labor periodística es la aguda atención que presta a los procesos políticos y culturales. La música, el teatro, el ballet, la poesía, la filosofía, la narración son colocados ávidamente bajo su lupa.

Walter Lippmann, el célebre columnista estadounidense, autor del libro Opinión Pública,  escribió al retirarse del periodismo que el periodista debe buscar lo que está oculto y abarcar pasado, presente y futuro. No  es que tengamos una bola de cristal para ver lo que vendrá, sino que siguiendo la curva del pasado y el presente podemos prefigurar lo venidero.

Los textos que en los años veinte y treinta del siglo XX escribió Vallejo en París están siempre precedidos de un sumario en que se apuntan los múltiples aspectos de la vida  social cuya trascendencia escapa al pedestre. Por ejemplo, casi apenas llegado a París, en julio de 1926, envía a la revista Mundial de Lima una crónica en cuyo gorro se mencionan los 16 temas que se van a abordar en ese texto. Sorprende ahí esta noticia que parecía liviana, pero que 90 años después revela la intensa pupila del cronista:

“La juventud intelectual de la China, que por miles estudia en La Sorbona, se ha unido a los obreros chinos y ha dado un golpe de fuerza a la Legación de su país en Francia, para arrancarle documentos que pueden utilizar los huelguistas de Shangai. El gobierno, tembloroso y vacilante, del señor Painlevé, se sobresalta. ¡Moscú! ¡Moscú! Se hacen pesquisas; se arresta a los culpables y se exige declaraciones al jefe de ellos. Yen Tchoung Sien, director de periódicos de propaganda  comunista tales como “Ciel Rouge” y “Rayon Rouge”. Los republicanos del centro y de todas las alas, se agitan y dirigen miradas consultivas al señor León Daudet”.

Hace pocas semanas, 90 años después de aquella nota, la revista parisiense L’Expres publicó una nota titulada “París anticolonial”, en la que señalaba que en los años 20 del siglo pasado en París conspiraban jóvenes universitarios chinos. Uno era Deng Hsiao-ping, que llegó a presidente de la República Popular China. Otro, Chu En-lai,  jefe del aparato militar del PC Chino y luego primer ministro de ese país, donde deslumbraba a los diplomáticos por su perfecto dominio del francés, el inglés y el alemán. Otro estudiante ahí era Ho Chi Minh, el futuro líder de Vietnam.

Hace veinte años, en 1986, se editó en Beijing,  en inglés, una biografía de Chu En-lai escrita por Percy Jucheng Fang y Lucy Guinong J. Fang. Allí se confirma que Chu fue enviado a París a estudiar. En la capital francesa trabajó como obrero. En esa etapa trabajaba también con Berlín, donde reclutó a Chu De, que sería más tarde jefe del ejército rojo. El periódico Rayo Rojo era dirigido por Chu En-lai y se imprimía a mimeógrafo.

Hay que precisar que el PC Chino se acababa de fundar el 1 de julio de 1921 con unas cuantas decenas de militantes en un país que tenía más de mil millones de habitantes.

Otro caso notable de intuición histórica es el del texto de Vallejo que descubrí y publiqué hace años en la revista Marka de Lima. El texto había sido incluido en un número de la revista alemana Perú, editada en Leipzig en 1928. En plena paz europea, Vallejo señala su desconfianza respecto a Alemania.

En los textos periodísticos de Vallejo palpita siempre la inquietud social por el destino del Perú y el mundo. Junto con ese fondo se transparenta en él la preocupación estética del fondo y la forma entrelazados.

En octubre de 1926, en Favorable París Poemas, la pequeña revista de poesía que editó con el poeta chileno Vicente Huidobro, Vallejo escribió: “El artículo que solo toca a las masas es un artículo inferior. Si solo toca a las élites se acusa superior. Si toca a las masas y a las élites, se acusa genial, insuperable”.

Adverso era Vallejo al desaliño gramatical, a la pobreza del léxico, el malgasto de las palabras, sobre todo de los adjetivos. En la revistilla que imprimían en París Vallejo y Vicente Huidobro, este último había explicado: “El adjetivo, cuando no da vida, mata”.

El mismo impulso expresivo expuso Vallejo en la primera y casi única entrevista que le hicieron. Ocurrió en Madrid en enero de 1931, cuando el poeta había llegado por primera vez a España. El diálogo fue con el joven periodista español César González-Ruano y se publicó en el diario “El Heraldo de Madrid”. He aquí un fragmento pertinente:

“-Veo, por de pronto, amigo Vallejo, algo importantísimo en un poeta y sin cuya condición no me interesan ni los poetas ni los prosistas ni las locomotoras: la precisa adjetivación: ‘flojo coñac’.

“-La precisión –dice Vallejo– me interesa hasta la obsesión. Si usted me preguntara cuál es mi mayor aspiración en estos momentos, no podría decirle más que esto: la eliminación de toda palabra de existencia aleatoria, la expresión pura, que hoy mejor que nunca habría que buscarla en los sustantivos y en los verbos… ¡Ya que no se puede renunciar a las palabras!”.

El texto periodístico más extenso –y el más cuajado– que redactó nuestro poeta fue dedicado a Erik Satie, músico revolucionario en el arte y en la política. Es una muestra del estilo y el sentido explorador de Vallejo. Contiene 1.721 palabras y solo 40 adjetivos. Su título es “El más grande músico de Francia”. Dice su párrafo final:

“Satie no expresa esto ni aquello. Su arte, como el de Stravinsky, es la vida misma, escueta, a priori, una cosa endiablada, es decir, la vida. En Satie se ve cómo la música llega a ser un arte tan alto y puro, libre e incondicionado, que deja ya de ser arte. Y quizás este es el gran camino: matar el arte a fuerza de libertarlo. Que nadie sea artista. Que el compositor o el poeta componga su música o escriba su poema, de modo natural, como se come, como se duerme, como se sufre, como se goza. ¿Dónde está el comedor-artista, el dormidor-artista, el gozador-artista? …¿Quién duerme sueños expresionistas? ¿Quién sufre sufrimientos románticos? ¿Quién goza goces clásicos…?

“Que el acto de emocionar sea un acto literalmente natural.

“Hacia allá iba Erik Satie.

“Y, como iba hacia comarcas tan altas, murió pobre, obscuro para las multitudes, en su humilde y solitario cuarto, donde en lugar de alhajas y levitas, los hombres encontraron, a la cabecera del gran muerto, unas solfas mugrientas y gloriosas”.

Diario Uno, 8 de abril de 2018.

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