Confesión de parte

Noche de la presentación del poemario "Poemas y otros cantares", de César Lévano (foto: Sinco Editores).
Por César Lévano

Estas son las palabras que dije anoche, en la presentación de mi libro de poesía en la Casa Museo “José Carlos Mariátegui”:

Dijo Jorge Eduardo Eielson: “No hay poesía. Lo que hay es vida. La gente no sabe que la poesía es vida y sobre todo que la vida es poesía”.

Estas palabras pueden explicar que mis trabajos de poesía –casi desconocidos– sean reeditados por Sinco Editores y revalorados por Marco Martos y Héctor Béjar al cabo de medio siglo.

Ocurre que el cultivo de la poesía, más allá del valor de mis cosechas, es en mí un terco oficio.

José Martí, el héroe cubano, escribió sobre un poeta inglés: “A los ocho años de edad vio por primera vez el mar, y conoció que era poeta”. Yo, aprendiz de coplero, a los diez años vi por primera vez un asalto policial a mi cuarto de callejón, y sentí que debía escribirlo. En verso.

Hace cuarenta o cincuenta años, hubo en el centro de Lima una redada contra estudiantes. No sé por qué, yo fui apresado. En el patio de la comisaría, un joven se me acercó y me preguntó: “Señor Lévano, ¿usted sigue escribiendo poesía?”. Una chica le interrumpió para decir: “El señor Lévano no solo escribe poesía, sino que su vida es un poema”.

Ahí tienen ustedes a Eielson: La vida es poesía. De paso, citaré estas palabras del gran poeta disidente ruso Ósip Mandelshtám: “La comisaría es el lugar donde tengo mi cita con el Estado”.

En una entrevista con Juan Gonzalo Rose le recordé que su generación de poetas había tratado de escapar de la influencia excesiva de César Vallejo.

“Sí”, me respondió. “Y en ese acto de parricidio quedamos manchados con su sangre”.

Por mi parte, mi pequeña dosis de transfusión vallejiana se concentra en lo que declaró en enero de 1931 al periodista español César González-Ruano:

“-La precisión –dice Vallejo– me interesa hasta la obsesión. Si usted me preguntara cuál es mi mayor aspiración en estos momentos, no podría decirle más que esto: la eliminación de toda palabra de existencia accesoria, la expresión pura, que hoy mejor que nunca habría que buscarla en los sustantivos y en los verbos… ¡ya que no se puede renunciar a las palabras!…”

Lo demás es amor, incluido el amor a las palabras. Y a veces el odio es amor indignado.

Ustedes saben cómo se llama mi musa inmortal.

Publicado en el Diario Uno, 28 de febrero de 2018.

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