El 15 de marzo de 1974 publiqué en Caretas una entrevista con un escritor y musicólogo peruano acá desconocido: Abraham Arias-Larreta, quien conoció de niño a Vallejo, pues el poeta era ahijado del padre de Arias-Larreta. Como ha ocurrido con mi extensa y reveladora conversación con Julio César Mariátegui, el hermano menor del Amauta, los académicos o no las han leído o han preferido ignorarlas.
Por César Lévano
Lo que Arias-Larreta cuenta sobre las primeras lecturas vallejianas de los poetas malditos o sobre el padecer del indio en el Perú es hondo y significativo. Preso político en El Frontón, por aprista luego decepcionado, lo que este profesor de Literatura y Lingüística expone sobre la poesía peruana y latinoamericana ancestral y actual puede revelarnos qué abismos de ignorancia se abren al ignorar al personaje Arias-Larreta.
La edición original del diálogo estuvo precedida de esta presentación, ahora imprescindible:
“Abraham Arias-Larreta (n. 1912) ha regresado de los EE.UU. después de 25 años, para participar en el Congreso Internacional de Lingüística que se realiza en Arequipa. Paisano de Vallejo y testigo de tiempos juveniles del poeta, Arias-Larreta vuelca en un diálogo secretas claves sobre el autor de ‘Trilce’. También habla de sus experiencias en las prisiones del Perú. Profesor de Literatura y Lingüística en universidades estadounidenses, Arias-Larreta ha estado lanzando libro tras libro en que se exhibe y defiende nuestra herencia cultural latinoamericana (su “Literatura Colonial” ha alcanzado nueve ediciones; su “Literaturas Aborígenes” contiene el “Popol Vuh”, el increíble ballet drama quiché “Rabinal Achí” y el “Apu Ollantay”, encuadrados en hondos y novedosos estudios). Poeta de intensa producción, músico, observador acucioso de las letras americanas, su palabra está cargada de conocimiento y emoción.”
Quizá por razón de espacio, en Caretas se omitió el fragmento siguiente, que Arias-Larreta incluyó en su libro Ensayo Indoamericano (786 páginas) publicado en Costa Rica en 1980, y que incluye la entrevista que César Hildebrandt y yo hicimos a Haya de la Torre: El volumen estudia el ensayo en Nuestra América. Párrafo omitido:
“En Santiago de Chuco una tarde con aguacero César Abraham Vallejo conversaba con mi padre en los portales del Cabildo. Recuerdo nítidamente esta pregunta de Vallejo: -“Don Abraham: ¿cuál es para usted el verdadero Perú?”. Señalando a unos hombres que venían a pie desde Tamboras con cargas de mineral a las espaldas, mi padre contestó: “-Esos indios que pasan… descalzos, con carga y sin almuerzo”.”
Aquí la entrevista completa:
César Lévano: Usted es un escritor de trayectoria más bien olvidada entre nosotros. Empezaré por inquirir sobre un hecho vital para un escritor en el Perú: sus prisiones…
Abraham Arias-Larreta: He tenido prisiones que duraron desde un día hasta cuatro años. He olvidado la fecha de la más larga. No es ingrata, de ningún modo… Espérese. De 1939 a 1943, más o menos. Era el primer gobierno de Manuel Prado. Estuve preso con muchos elementos del Partido Aprista. Comunista también, al principio. Eso me dejó una experiencia formidable. Empecé el poema “El Cholo Puma Irayta”. Es auténtico. Un cholo que entró allí sin saber nada. Aprendió a leer y escribir y después compuso poesía extraordinaria. Lo de “Puma” se lo puse yo. Un nombre literario. Él es Irayta. Escribí el poema pero dejé los originales enterrados en la isla. Volví después, cuando hubo una de esas primaveras democráticas que hemos tenido, y desenterré los manuscritos. Han quedado en Buenos Aires esta vez, para su publicación. De esa prisión recuerdo un episodio que quiero contarle. Teníamos un Director en el penal. Era un hombre rígido al que llamábamos. “La gran bestia”. Se ensañaba con el preso político. Una de las formas con las que él creyó podía fastidiarnos más fue la de hacernos concurrir a misa todos los domingos. El que no concurría no almorzaba. El primer domingo en que debía cumplirse la orden, nadie concurrió. Entonces, “La gran bestia” mandó un piquete encabezado por un sargento. La reacción contra la medida esa la encabezó Pedro Catalino Lévano. ¿Era su padre?
CL: Lo conocí; pero no existía parentesco conocido.
A-L: Era un viejito que había sido anarcosindicalista. Él dijo que era protestante. Al menos manifestó eso. Y dijo que aun si fuera católico no iría sino libremente. El sargento maltrató al anciano. Lo pateó en el suelo. Le dio de culetazos. Nosotros rodeamos entonces al sargento y a la tropa. Iba a producirse un conflicto. Entonces vino un teniente, con más tacto, y nos dijo que había esa orden; pero que, católicos o no, quedábamos invitados a ir a la misa. Don Pedro Catalino ya estaba, pues, en el suelo. Lo levantamos. Por los golpes y la impresión temblaba, y tenía un fuerte dolor al hígado. Lo llevamos a la cuadra, lo tendimos sobre su tarima y aun en ese estado de postración nos dijo: “Recuérdese, compañeros, que si no hay libertad de conciencia no puede haber ninguna otra libertad”.
CL: Usted es de Santiago de Chuco y tengo entendido que de una familia muy próxima a la de César Vallejo. ¿Cuáles fueron las relaciones entre ambas familias?
A-L: Bueno, la relación fue íntima con toda la familia Vallejo, aunque mis padres no eran de Santiago, sino de Trujillo. Fueron a enseñar. Allí trabaron amistad con los familiares de César. Se le añadió el nombre Abraham precisamente porque su padrino, mi padre, se llamaba así. En la partida dice “César Abraham”, aunque los autores que han transcrito la partida no lo mencionan así. A Vallejo mismo no lo he conocido mucho, porque éramos de distintas generaciones. Cuan do él iba a Santiago, iba ya como universitario. Yo tendría diez años entonces.
CL: ¿Qué imagen conserva de Vallejo?
A-L: Siempre vi en él una fisonomía muy angustiada, a veces de tipo fúnebre, funeraria. Y toda la familia tiene ese aspecto. Al menos, Néstor, su hermano. Ese es el recuerdo último que tengo de él. Porque fue la última vez que visitó Santiago, y quizá la oportunidad en que rompió con la “andina y dulce Rita, de junco y capulí”. Después no volvió hasta el momento en que se vio comprometido en esa pelea que había en Santiago entre dos bandos; una de esas cosas que existen en los pueblos. Los Montescos y los Capuletos.
CL: Hay toda una mitología sobre Vallejo en Santiago. Usted, que conoce el paisaje, la gente y la estructura social del Santiago tradicional, ¿qué cree que falta o que sobra en las historias que corren sobre el Vallejo anterior al viaje a Europa?
A-L: Creo hondamente que casi nadie ha hecho una biografía completa de Vallejo antes de su viaje a Francia. Hay una serie de lagunas y le han inventado muchas anécdotas, como esa de que quería ser obispo. Se han olvidado, en cambio, datos valederos. Por ejemplo, pocos saben que mi padre, que había sido maestro y era amigo de Vallejo, leía francés, y tenía, entre otras cosas, en su biblioteca una edición de “los poetas malditos”: Baudelaire, Verlaine y otros. Él inició a Vallejo en el conocimiento de esos poetas. Inclusive, mi padre le regaló un libro de Don Miguel Wenceslao Garaycochea, sabio arequipeño, autor de un trabajo sobre cálculo binomial. Ahora ese libro está superado; pero en ese tiempo era uno de los primeros trabajos en la materia, Garaycochea, que era abuelo de mi madre, escribía también poesía. Yo he podido recoger ahora, de casualidad, de otro pariente, el tomo aquel. De modo que los primeros libros que Vallejo conoció probablemente son ese de Garaycochea, que tiene un aire popular, y el de poesía francesa. Indudablemente, ya cuando fue a Trujillo y entró en contacto con Antenor Orrego, José Eulogio Garrido y todo el grupo de El Norte amplió sus conocimientos de la poesía.
CL:¿Qué diferencias ve entre la literatura que dejó, hace 25 años en el Perú, y la que ahora encuentra?
A-L: Pertenezco a una generación militante en la vida política. Yo particularmente creía, como sigo creyendo en cierto sentido, que la poesía debe tener un fin social. Creo que la poesía debe servir como arma de lucha y también para iluminar la conciencia del hombre. Y en pueblos oprimidos, debe ser un arma de liberación. Muchos decían, claro, que la poesía no puede ser solo mensaje revolucionario o proclama. Pero yo creía que en ese momento en que se luchaba por la transformación del Perú, el deber de todos era contribuir, en una u otra forma. Por eso me han alegrado mucho que en la nueva generación –sin que conozcan lo mío: no lo han leído, parece-, la poesía, al menos la buena poesía, tenga un trasfondo social, sea tomándolo como drama social de un pueblo o como drama personal. A la larga, el hombre es la medida de todo. Me interesa mucho ese viraje que ha conducido a alejarse del camino surrealista de los Westphalen o de Martín Adán, y a acercarse más a Vallejo. Yo creo que entre los dos caminos, nadie puede dudar en la elección. El único peligro es que se tome a Vallejo superficialmente, sin darse cuenta de que la poesía no es solo inspiración sino también trabajo, pulimento, conocimiento profundo del lenguaje. Eso sí hay que aprenderlo de Martín Adán. Él trabaja y perfecciona lo que escribe. Pero es difícil encontrar en él algo ligado a la vida humana. Usted recuerda lo que decía Machado sobre la poesía: así como las aves no pueden volar en el vacío, la poesía tiene que estar ligada a la vida.
CL: ¿Cómo ven en Estados Unidos y cómo ve usted, personalmente, el gran surgimiento de la narrativa latinoamericana, en particular del “boom”?
A-L: El impacto de ese llamado “boom” ha sido igual que el que tuvo aquí o en Europa. Pero después de las primeras impresiones se han ido quedando los que seguramente van a sobrevivir. Entre ellos García Márquez, Vargas Llosa y Rulfo, más que Carlos Fuentes o Carpentier.
CL: ¿Y Cortázar?
A-L: Bueno, a Cortázar no se le entiende muy bien. Por lo menos en las Universidades de Estados Unidos. Borges sí es muy conocido. A Cortázar lo admiro por su audacia que a veces tiene en lo que él dice que son novelas. No tiene una definición: novela es cualquier cosa que pone debajo de ese título. Borges ha estado varias veces dictando cursos de literatura. Habla muy bien inglés. Esta vez lo visité en Buenos Aires. Ahora no ve, absolutamente. En todo caso, en los cursos de literatura siempre tienen mucha aceptación los grandes de la narrativa contemporánea. Hay cursos especiales sobre Borges, o sobre Eduardo Mallea, otro argentino, como lo hay sobre Neruda. Aun Vallejo tiene en algunas universidades curso especial. En general, hay una curiosidad enorme por la literatura latinoamericana.
CL: Antes de salir del Perú, usted escribió en “La revista semanal” y en otros periódicos artículos sobre folklore. Su fuerte es “la serranita”. ¿Qué queda de esas aficiones?
A-L: Bueno, antes de partir publiqué un folleto titulado “Folklore Nor-Peruano”. Allí colaboró mi hermano Felipe (muerto en 1957 –Nota de Redacción), que tocaba violín. Recogimos letras y melodías de músicos y cantores. Yo estudié composición musical en los Estados Unidos para servir mejor esa afición. Tengo recopiladas, con arreglos orquestales hechos por mí, unas treinta serranitas y marineras de Santiago de Chuco, que están ahora totalmente olvidadas. Una de ellas la cantaba mucho Vallejo, según testimonios que he recogido en Santiago de Chuco y aquí en Lima. Es la serranita que dice: “Un corazón de madera / me voy a mandar hacer, / para que no sufra ni sienta / ni sepa lo que es querer”. No es el huayno que se baila en Huancayo o Cusco. Tiene el ritmo del huayno; pero se baila más calmado. Como la marinera serrana.
CL: Imaginé en cierta ocasión un Vallejo bailarín, y Georgette Vallejo me contó que a veces él comenzaba a bailar con una pareja, y luego se ponía a bailar solo. ¿Era un bailarín?
A-L: Pues no. No cuando lo conocí. Siempre tenía un aire muy calmado. Prefería estar en posición contemplativa, callado. Ninguno de los Vallejo que yo he conocido tenía un genio alegre.
CL: ¿Y eso es peculiar de los santigueños?
A-L: ¡No! De los Vallejo. Nosotros somos eufóricos.
CL: ¿Los Vallejo eran de la clase media en el pueblo?
A-L: Clase media, sí; pero estaban entre los principales. En los pueblos generalmente hay solo uno o dos ricos. Pero los Vallejo pertenecían a lo que se llama la sociedad. Siempre han tenido un buen pasar. No es verdad aquello de que Vallejo tuvo una infancia pobre y desvalida, como dice Monguió. Era un buen hogar, con todas sus comodidades. Naturalmente que para estudiar en Trujillo, la familia tuvo que ayudarle. Sobre todo su hermano Víctor, que era Jefe de lo que hoy sería la Caja de Depósitos. También el otro hermano que se graduó de abogado, Néstor. Vallejo vivió una infancia feliz. A lo mejor tenía ese patetismo de los antiguos poetas aztecas, aunque después ha mantenido su fe en el hombre, en la felicidad del hombre del futuro. Tenía un trasfondo desgarrado; pero de tipo personal.
CL: ¿Cuál es la esencia de lo que ha aprendido después de tantos años de investigación en América y Europa sobre la poesía aborigen?
A-L: Ante todo, que en nuestros poetas primeros la poesía era social, colectiva, aunque no faltara, sobre todo en los quechuas, lo lírico. Otro aspecto que sorprende es ver cómo los procedimientos de creación, los recursos técnicos son los mismos en todas partes. Es el hombre, al fin de cuenta, el que habla. Cambian el tiempo, la raza, la embocadura poética; pero el modus creandum es el mismo. He hecho comparaciones, por ejemplo en el procedimiento por semejanza. Homero decía de Ayax que saltaba de nave en nave, como un jinete que salta de caballo en caballo. Apollinaire, muchos siglos después, comparaba los aviones con abejas, y el estallido de las bombas con rosas momentáneas. El poeta azteca comparaba el vuelo de la guacamaya roja con una guirnalda tejida de flor en flor. Después de mi libro sobre “Literaturas Aborígenes”, preparo una antología. Claro, aplico una preceptiva occidental. No sabemos sobre lo que ellos pensaban en este campo, aunque de los aztecas se ha descubierto algo ya sobre lo que podríamos llamar su código estético y el fin que asignaban a la poesía: puro placer del creador; confrontación, alivio, liberación del alma humana frente a las realidades hostiles; instrumento para un alto y permanente pulimento espiritual.
CL: ¿Qué conversó con Borges esta vez? ¿Hablaron sobre el peronismo?
A-L: Ante todo, hablamos de literatura, y de un personaje que me interesa, Enrique Larreta, el argentino autor de “Las glorias de Don Ramiro”, que resulta ser mi tío. Borges tiene inéditos de él. Cada vez que llegábamos a la política cambiaba hasta de modo de hablar. Empezaba a usar el “che” y el “vos sabés”, él, que es tan refinado en el uso del idioma.
Caretas, el 15 de marzo de 1974.