Por César Lévano
El pasado suele ser en el Perú un país desconocido. Esta idea se me vino el martes en la noche, al escuchar el examen de mis años mozos emprendido por Héctor Béjar, en el homenaje generoso que se me brindó en la Casa Museo “José Carlos Mariátegui”. El pasaje que me inspiró fue el referido a la frustrada visita del vicepresidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en mayo de 1958.
Un joven me comentó, terminado el acto: “Es un privilegio escuchar a Béjar, por su riqueza de ideas y por su manejo de la palabra, en la cual no sobra ni falta siquiera una sílaba”. Exacto.
Lo que me revivió una época de la historia del Perú fue la proyectada visita de Nixon a San Marcos. El rechazo enérgico y múltiple a ese ingreso hizo que el político se retirara a su hotel, el Bolívar. Como efecto de ese rechazo hubo represión. Béjar recordó que él y yo fuimos a dar a la Cárcel Central de Varones.
En el fermento de ese hecho estuvieron el creciente repudio a las dictaduras impuestas por Washington; la política belicista atómica de la Casa Blanca; el alza de las tarifas aduaneras yanquis a los minerales andinos.
En la protesta confluyeron jóvenes comunistas y apristas. Fue la última vez en que se dibujó la posibilidad de un frente antiimperialista. Lo dijo el entonces joven aprista Alfonso Barrantes Lingán, en su discurso al borde de la fuente del Patio de Letras de la Casona. Después, Alfonso se convertiría en militante comunista y, luego, en brillante líder y orador de la izquierda.
La tarde de aquel día, Nixon convocó una conferencia de prensa en el Bolívar. Acudieron decenas de periodistas nacionales y extranjeros. Pedí varias, con la mano alzada, no me la dieron. Muchos colegas me explicaron que detrás de mí, en la cita, había dos agentes que indicaban no con la mano. No me dieron la palabra. Me condenaron al silencio carcelario.
Poseo diversas, y voluminosas biografías de Nixon. Algunas omiten el episodio. No faltan las que acogen versiones falaces del político, que intentó presentarse como un héroe que se enfrenta a thugs (matones), no a lúcidos alumnos de la Universidad más antigua de América.
Nixon tenía un nutrido prontuario represivo. La historiadora estadounidense Fawn M. Brodie en su libro Richard Nixon. The shaping of his character (Richard Nixon. La modelación de su carácter) anota:
“Que Nixon tenía un récord de abrazar dictadores latinoamericanos era más conocido más allá de las fronteras que en los Estados Unidos. Había sido fotografiado con el déspota asesino de la República Dominicana, Trujillo, y con el odiado Somoza de Nicaragua, y había elogiado a Batista, “el carnicero de Cuba”. Y aunque afirmaba detestar a todos los dictadores, Nixon abiertamente apoyó a los líderes militares en (su libro) Seis crisis como una fuerza grande y estabilizadora contra el comunismo”. (página 363).
Diario Uno, 9 de febrero de 2017.