Por César Lévano
Se cumplieron 106 años del nacimiento de José María Arguedas. Por este motivo reproducimos el siguiente texto de César Lévano, originalmente parte de su ensayo sobre Arguedas publicado en la revista Tareas de Alejandro Romualdo Valle, edición de febrero de 1960. Arguedas elogió este trabajo que, dijo, era el único que había comprendido el mensaje de Los ríos profundos.
Este libro, que ha merecido ser editado por Losada en su Colección “Novelistas de España y de América”, constituye la suma actual de la obra arguediana.
En sus páginas, en que el autor vuelve al castellano total, a un castellano suyo, duro como el pedernal de sus sierras, fresco como los puquios, expresivo como un arpa, rico del viaje de ida y vuelta del castellano al quechua y del quechua al castellano, está todo lo mejor de sus libros anteriores, y lo más característico incluso en los lados flacos.
Veinte años después de Agua, la vieja nota antifeudal sigue sonando a lo largo de un libro denso y sobrio como el que más.
También aquí se denuncia a los hacendados que rajan el rostro de los indios a puntapiés cuando piden “más de lo que comúnmente se cree justo”. Aquí surge Abancay, ciudad cercada por las tierras de una hacienda. Aparecen los indios armados. Todo un vasto mundo de cantos, aves, psicologías, paisajes, hechos y amores, tragedias y muertes, una colección de episodios sueltos ensamblados entre sí por una atmósfera y una visión única.
Arguedas alcanza una de las cimas de su creación en el relato del motín de las mozas y dueñas de chicherías. El origen del alzamiento no tiene nada de inventado: un grupo de mujeres que asaltan las oficinas de la Recaudadora, que viene escondiendo la sal.
También para sofocar este movimiento de protesta hay un sacerdote a la mano:
“Oímos entonces las palabras del padre. Habló en quechua.
“-No, hija, no ofenda a Dios. Las autoridades no tienen la culpa. Yo te lo digo en nombre de Dios.
“-¿Y quién ha vendido la sal para las vacas de las haciendas? ¿Las vacas son antes que las gentes, Padrecito Linares?
“La pregunta de la chichera se escuchó claramente en el parque. La esquina que formaban los muros de la torre y del templo servían como caja de resonancia.
“-¡No me retes, hija! ¡Obedece a Dios!
“-Dios castiga a los ladrones, Padrecito Linares –dijo a voces la chichera, y se inclinó ante el Padre. El Padre dijo algo y la mujer lanzó un grito:
“-¡Maldita no, padrecito! ¡Maldición a los ladrones!”.
Al final de este trabajo, Arguedas narra un episodio, que no podemos menos que considerar simbólico, en un autor y en un libro tan hondo. Es el de los colonos, de los campesinos sometidos al vasallaje precapitalista que rinden tributo en renta-producto al hacendado y que en todo el curso de los escritos de Arguedas son considerados como indios disminuidos, cobardes, domesticados. Ellos no son como los comuneros, seres valientes y que, aunque esquilmados, esconden sus energías, sin perderlas. En los pasajes finales de Los ríos profundos, vemos cómo los colonos afrontan las bayonetas de los soldados, cómo llegan desde quince haciendas a tomar el pueblo por asalto. ¿En son de rebeldía? ¡No! Vienen a la ciudad en que la peste mata sin piedad, a fin de escuchar misa. Los empuja una fe, una mística. Quieren vencer a la peste con sus rezos en la “iglesia grande”. Y con esa certidumbre avanzan por los caminos, descienden por las laderas, vencen y tornan impotentes a las fuerzas armadas. Estos indios, antes amansados por el látigo del amo y las prédicas del cura, parecen transfigurados.
¿Acaso sería forzar demasiado la exégesis si se viera en este episodio de unos ex hombres vueltos a la vida por obra de la fe una como anticipación de lo que serán capaces los indios, en este caso los siervos de la hacienda, cuando adquieran ese grado mínimo de conciencia y esperanza que se requiere para desafiar las balas y para apoderarse de una ciudad?
Diario Uno, 18 de enero de 2017