Por César Lévano
Horacio Guarany, el gran rebelde de la canción argentina, ha muerto. Una de sus creaciones dice: “Si se calla el cantor, calla la vida”. Él ha callado, pero la vida sigue cantando, gracias a su arte, a su insurrección permanente contra la injusticia y la desigualdad.
Dijo en uno de sus cantos: “Cuando muera este cantor / nadie diga que murió. / Cantor que un día se muere / es porque nunca vivió. / Cantor que de verdad no muere / se va un ratito nomás. / Y en cuanto uno se descuida / vuelve por el pajonal”.
Pertenece Guarany a una legión de genios del folklore argentino: Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, Homero Manzi.
Nació el 15 de mayo de 1925, en el Chaco, en hogar muy pobre. Su nombre legal era Eraclio Catalín Rodríguez. Su madre era guaraní, y sin duda por ella adoptó el seudónimo que el mundo ha consagrado.
A los 17 años, migró a Buenos Aires, donde incursionó, como cantor de tangos y boleros, al mismo tiempo que trabajaba como estibador.
De una vida intensa de lucha, privaciones y esperanzas nacen –desde el corazón– las mejores canciones. Guarany, militante comunista, padeció y disfrutó las consecuencias. Fue amenazado de muerte bajo el tercer gobierno de Juan Domingo Perón y bajo la dictadura fascista de Rafael Videla. Tuvo que exiliarse bajo amenaza.
Por eso pudo decir, con su voz poderosa y honda, al abrir un show histórico de retorno de la democracia: “Yo traigo el grito de aquel que no ha podido gritar que lo que gana no le alcanza. Quieren que calle, quieren que mi canto hable tan solo de amor y de paisajes. A mí me duele el dolor de tanta gente a la que le han talado con hambre su coraje”.
En los últimos años de Perón, el fascismo argentino manejaba redes represivas. Para ese fin creó la Alianza Anticomunista Argentina, la triple AAA, y Guarany fue uno de sus blancos preferidos, debido a su repertorio, su voz, su coraje y su carisma. Por eso tuvo que marchar al destierro.
Pero sus cantos siguieron sonando, no solo en Argentina. De esa época siniestra de persecución a la democracia y la cultura datan estos versos: “Estamos prisioneros, carcelero. / Yo de estos torpes barrotes, y tú del miedo”.
Hombre apasionado y franco, hay una anécdota que lo pinta de cuerpo entero. Cuando vivía en España, alguien le presentó a una duquesa terrateniente:
—“Esta señora ha donado a sus campesinos la mitad de sus tierras”.
—“¿Donó o devolvió?” observó Horacio. “Se quedó con la otra mitad”.
Diario Uno, 15 de enero de 2017