Este es el prólogo del libro Rebelde sin pausa de Paco Moreno. “Prólogo para que no se lo lleve el olvido” es el título original.
Por Ángel Paez
Un maestro es la persona de quien aprendes todos los días, como Lévano. No es una mera frase. Lo conocí primero como lector de sus crónicas y entrevistas publicadas en la revista Caretas, las que recortaba y coleccionaba religiosamente. Después fui su alumno en la escuela de periodismo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y, simultáneamente, me convertí en reportero bajo sus órdenes en La República. Luego trabajaríamos codo a codo en el suplemento dominical del mismo diario, en la maravillosa temporada que lo dirigió César Hildebrandt. Así que aprendí de Lévano en la calle, en el aula y en la redacción. Fue un privilegio, pero también un desafío.
A diferencia de otros profesores, Lévano tenía la ventaja de ejercer el periodismo día a día. Relataba en tiempo real sus experiencias sobre hechos de actualidad, lo que le permitía convertir un salón en una verdadera redacción periodística. Lévano ejercía, sudaba, sufría el periodismo, y compartía esas emociones asignando responsabilidades a cada uno de sus alumnos como a cualquier reportero. Ni siquiera los apagones perpetuos, los bombazos y los disparos que salían de todas partes en ese periodo de violencia cotidiana, lo disuadían de seguir con la clase programada. Lévano se hacía presente siempre con alguna novedad: un libro, una historia, una noticia.
—Profesor, yo soy Ángel Páez —le dije.
—Yo no tengo la culpa —me respondió.
Nunca perdía el sentido del humor. Le había presentado en la clase una crónica sobre el caso de un peruano que había sido desaparecido por la dictadura del general Jorge Rafael Videla. La historia me la reveló el hermano de la víctima, que era el dueño del quiosco de periódicos que estaba en la esquina de mi casa, en la cuadra 15 de la avenida La Paz, en San Miguel, a quien de vez en cuando le cuidaba el negocio y aprovechaba para leer lo que podía.
—¿De dónde copiaste esta historia? —me interrogó Lévano.
Quedé perplejo. Lévano, sí, César Lévano, dudaba de la autenticidad de mi trabajo.
—La historia es verdadera porque usted no nos ha enseñado a inventar —le contesté y soltó una carcajada.
Lévano es de la vieja escuela, de los que practican el periodismo y aman la literatura. “Si quieren aprender a escribir, lean a los que han vivido lo que relatan. A Dostoievski, que estuvo preso. A Hemingway, que participó en más de una guerra. A Capote, que entrevistaba asesinos. El día que dejen de leer, háganle un favor al periodismo: renuncien”, decía.
En una de sus clases recomendó Periodismo y Literatura, de José Acosta Montoro. No paré hasta conseguir los dos tomos. Los perdí, me los birlaron, y los volví a conseguir. Es una historia sobre grandes escritores que empezaron como reporteros, cronistas o editorialistas. “Si no sabes algo, aprende. Nadie lo hará por ti”, decía.
Era alumno de Lévano cuando en 1985, tiempo en el que era editor del diario La República, me avisó: “Hay una oportunidad para un cronista. Te he recomendado. No sé lo que va a suceder, pero yo no te conozco”.
En el libro de Paco Moreno surgen estas y otras facetas de César Lévano, uno de los mejores periodistas del último siglo. Paco Moreno relata una serie de episodios que parecen anécdotas, pero lo cierto es que son enseñanzas. Incluso las chanzas que se granjeaba con Manuel Acosta Ojeda, Juan Gonzalo Rose o Jorge Vega “Veguita”, revelan mucho de una personalidad que no acepta el egoísmo, la egolatría y la deshonestidad.
“Nunca engañes a los lectores. Escribe solamente de lo que sabes. Así tus artículos no perecerán por el olvido”, recomendaba.
Con Rebelde sin pausa, Paco Moreno retrata con entrevistas y crónicas a un periodista que, a pesar de su notoria relevancia e influencia, no ha merecido un libro biográfico. Probablemente, entre razones, lo admito, esta omisión es responsabilidad de sus exalumnos. Paco Moreno nos salva, aunque queda pendiente la publicación de una antología de sus artículos, como la serie publicada por La República sobre el asesino japonés Mamoru Shimizu, sobre quien han escrito muchos, pero César Lévano lo conoció mejor: fueron compañeros en la cárcel. El nipón no hablaba con nadie, excepto con Lévano. Cuando uno escribe sobre lo que conoce no lo hace para el olvido.
Diario Uno, 11 de diciembre de 2016