Por César Lévano
Hace poco, a raíz de la publicación de “Ideología y Política” de José Carlos Mariátegui, publicamos (N° 390) una semblanza de Hugo Pesce. Se trataba no sólo del prologuista de ese trabajo, sino del hombre que estuvo más vitalmente vinculado al Amauta durante los últimos años de éste. Ahora, Pesce acaba de morir.
Antes de fallecer, el doctor Pesce pidió ver cómo había quedado un gran mapa de los grupos lingüísticos del Perú que él tenía preparado. Su esposa, Zdenka, nacida en Checoslovaquia nos dijo que sus últimas palabras fueron: “¡salud al color rosado, salud al color amarillo, salud al color azul…!” Brindaba por el mapa con agua fresca de un vaso. Y agregaba: “¡Qué rica es esta agua fresca, pura, como viniendo de los manantiales de la montaña!”. Allí expiró.
Semanas atrás, lo habíamos tenido en el estrado de honor de la Asociación Nacional de Escritores y Artistas, en la presentación del libro que nos ha tocado en suerte escribir con el Dr. Emilio Romero, otro amigo fraterno de Mariátegui, dentro de la serie “Presencia y proyección de los 7 Ensayos”.
Hugo Pesce fue hijo de Luis Pesce, un italiano pionero de los estudios médicos y generales sobre la Selva nuestra. Había nacido en Tarma. “En los altos de la misma casa en cuyos bajos nació José Gálvez”. Temprano viajó con sus progenitores a Europa. Allá, en colegio jesuita, adquirió una sólida educación clásica que comprendió cinco años de latín y ocho de griego. Ese fondo clásico le permitía citar los versos materialistas de Lucrecio en el más cristalino latín, o salpicar con versos de Esquilo una charla sobre la ciencia contemporánea.
Su periplo europeo incluyó una participación, como voluntario, en la Cruz Roja durante la I Guerra Mundial y su militancia activa en el Partido Popular del Padre Luigi Sturzo (organización precursora de la democracia cristiana).
De vuelta al Perú, se entregó de lleno a la ciencia médica y, durante un periodo, a la militancia política al lado de Mariátegui y de sus seguidores. Como médico, ha aportado a la cultura nacional investigaciones que aún hoy asombran y seducen. Por ejemplo, su ensayo sobre Daniel Carrión, que le valió el Premio “Barton”, o su trabajo sobre Pedro Peralta y Barnuevo, así como su original escrito, publicado en la revista “Amauta”, sobre Poe como precursor de la Teoría de la Relatividad. Fue un notable investigador de la lepra y de otros males. El mosquito que provoca “la uta —ese terrible mal que carcome los músculos— lleva, en su honor, este nombre: “phlebotomus pesce”
En sus andanzas como médico en la Sierra escribió un libro “Latitudes de silencio” y levantó muchos planos. “Con la ayuda de una brújula durante dos años, ejecutó por ejemplo el mapa de toda Andahuaylas. El del Ejército, levantado con ayuda de instrumentos modernos, es el único que se le compara”. Como era un apasionado de la razón, un peruanista intenso y un cultor de la geografía y la lingüística, de la cartografía y de la historia cultural, en sus escritos figuran algunos originales trabajos sobre toponimias quechuas.
En los últimos meses, era principal animador, junto con Javier y José Carlos Mariátegui Chiappe, de las ediciones mariateguianas. Para la colección “Presencia y proyección” tenía casi terminado el trabajo sobre la cuestión religiosa. La revista “Amaru” y la de la Universidad de San Marcos han publicado fragmentos de ese libro, uno de los más densos, polémicos y aún galanos que se hayan escrito sobre el tema. Es, sin duda, una ópera magna que exige pronta edición.
Hay un episodio en la vida de Pesce que pocos conocen. Fue su amistad con Ernesto Guevara, cuando éste, joven médico desconocido, estuvo en el Perú allá por 1957. “El “Che”, recuerda la viuda de Pesce, llegó a la casa con otro amigo. Venían cansados, sin ropas y hambrientos”. Durante meses, ambos estuvieron alojados en la casa del científico. Luego, este los condujo a la Selva y logró que les construyeran una balsa que debía llevarlos a Colombia pero los depositó en Brasil. En 1960, Luis Pesce, joven médico hijo del sabio, estuvo en Cuba. El “Che” conversó con él durante dos horas. Le recordó la época de Lima y la Selva peruana y le remitió un libro con dedicatoria repleta de gratitud. El volumen anda por ahora refundido entre los papeles recónditos y, obviamente, ocultos del Dr. Pesce. Luis Pesce murió hace tres años, a raíz del esfuerzo por salvar a un niño que se ahogaba.
En la actitud de Pesce frente al “Che” Guevara, actitud de tan vastas consecuencias, puede verse su impronta típica en la vida. Era un hombre franco y afectivo, que comenzaba a trabajar o platicar a fondo a las tres de la madrugada. Hasta en sus últimos tiempos conservaba algo de deportivo en su actitud. No en vano había sido destacado boxeador de peso ligero en Italia, esgrimidor que llegó a subcampeón nacional en el Perú, y constante cultor de la natación y el ciclismo. Su cultura y su cordialidad, su valía humana de humanista, explican por qué incluso quienes discrepaban polarmente de sus ideas, caso de “La Prensa”, le rindieron homenaje en el momento del gran adiós.
Caretas N° 401, 28 de agosto de 1969.