Polémica de cajón

Disco "La Marinera limeña es así" (1970) donde canta Augusto Ascuez (primero de la izquierda).

Sobre parentela y andanzas de la marinera —el baile más hermoso de la tierra, según el argentino Carlos Vega— ha corrido mucha tinta polémica. Augusto Azcuez, que en días pasados cumplió 86 años de edad y que es, sin un Jerónimo de duda, el pontífice máximo de la marinera, aporta en estas páginas un documento candente para la biografía del baile nacional. Sus declaraciones entran por derecho propio al archivo imaginario de la música peruana.

Por César Lévano

En 1791-1792, “Mercurio Peruano” publicó una polémica sobre música peruana en la que se enumeraba “el zango” como baile de negros orien­tado por el “descamino y el delei­te”. ¿Era ese el abuelo olvidado de la zamacueca o mozamala o baile de tierra o cueca o marinera? En todo caso, un cantor y guitarrista de los buenos, surgido del Malambo popu­lar y moreno, ofrece aquí su testi­monio polémico sobre peripecias pasadas y actuales de la dama a la que don Abelardo Gamarra rebauti­zó con el nombre afortunado de marinera.

Gravemente enfermo y con serios problemas materiales, Augusto Az­cuez, tras una vida de música y tra­bajo — laboró en construcción civil hasta hace poco— reinstala en el si­guiente diálogo varias verdades so­bre la música popular de Lima.

CÉSAR LÉVANO.- ¿Cuál es la estructura de una marinera?

AUGUSTO AZCUEZ: Una ja­rana consta de tres marineras. Lue­go siguen una resbalosa y una fuga. O sea que se bailan tres marineras, se baila la resbalosa y se baila la fu­ga. Por eso se dice: de cinco, tres.

C.L.: Pero Nicomedes Santa Cruz explica que eso de “de cinco, tres” significa que el que de cinco marineras gana tres, resulta ven­cedor…

AUGUSTO AZCUEZ: No, no y no. No es así. Que me diga a mí Nicomedes. ¡Qué ocurrencia! Son tres marineras reglamentarias. En­tonces gana el bailarín o la bailarina que tiene más sapiencia, el que des­pliegue mejor los pies, el que tiene más aire. El público decide: “mejor baila él o mejor baila ella”. Sigue la resbalosa. Después, si hay mucha efervescencia, la fuga se puede con­vertir en tres fugas, o cinco fugas. Depende de lo que dicte el corazón al cantor y al bailarín. Hay sí con­trapunto entre los cantores. Uno pone, el otro responde: cuando éste termina, el otro contesta. El baile comienza cuando empieza la can­ción. Antes no. Ahora han sacado eso de pasearse antes de que empie­ce la marinera. La primera marine­ra, o primera de jarana, tiene 32 compases. La segunda y la tercera de jarana, cada una 16 compases. Ahora, una marinera se puede pro­longar toda la noche, si uno quiere. Depende de que se sigan cantando fugas. Eso sí, opino que la marinera no se enseña. La persona ve, le gus­ta y baila. Punto.

C.L.: ¿Cuántas clases de mari­nera hay?

AUGUSTO AZCUEZ: Tres: Ma­rinera menor, marinera mayor y marinera de término. Las primeras se llaman así según el tono, menor o mayor. La de término es, por ejemplo:

Palmero, sube a la palma,
o dile a la palmerita,
andar, andar
o dile a la palmerita,
andar, andar,
preciosa, que se asome,
a la ventana,
que mi amor la solicita,
andar, andar.

O sea que el término es un agre­gado al final de cada verso. La mari­nera de término tiene que ser en to­no mayor. A lo agregado después de cada marinera le llamamos adorno. (“Rico, perico rico,/ dame tu pico”; o “lloré, lloré fortuna,/ dicha ningu­na”, o “luego de una pasión,/ mi corazón”).

(En ese momento, Margot Loyo­la cuenta a don Augusto que está tratando de investigar algo sobre el “golpe ‘e tierra”, que le han infor­mado que en Chiclayo es lo mismo que la marinera; pero con otro nombre. Azcuez señala que a la ma­rinera también se le conoce con el nombre de “baile de tierra”. Ense­guida dice que la danza se llamó pri­mero zamacueca, después “chilena” y finalmente, en honor a la Marina peruana, marinera, según la bautizó Abelardo Gamarra, “El Tunante”. Recuerda también que mozamala y marinera son sinónimas).

Hay un contrapunto que se can­ta entre cuatro, cinco, seis cantores, y que se llama amor fino. Se ponen en rueda y comienzan a cantar ver­sos. El que no puede continuar, sa­le. Un cantor comienza, por ejem­plo:

“Amor fino me pediste,
amor fino te he de dar,
amor fino pa’comer,
amor fino p’almorzar.
Zamba, tirana de amores,
amor fino me pediste”.

Entonces, el otro contesta:

“Ya no quiero cantar más,
porque no me da la gana.
Que cante el señor Lévano,
que yo no soy de semana”.

Y así continúan.

Nadie puede cantar lo que otro cantó. El que lo hace, pierde.

C.L.: La investigación de Margot Loyola parece indicar que la mozamala se parece más bien a una res­balosa. (Se escucha la grabación de una mozamala).

AUGUSTO AZCUEZ: La mozamala es lo mismo que la marinera.

Se llamó mozamala antes que zama­cueca. Ahora hay quienes cantan “mozamalas” que son en realidad festejos. El golpe es de festejo. Vic­toria y Nicomedes Santa Cruz han hecho arreglos, y están creando confusión con eso. Hay también quienes zapatean y dicen que ese es el baile del agua ‘e nieve. Pero el agua ‘e nieve no se baila. Nuestra música hay que difundirla como es. Nuestra música no se puede nunca retocar. Por eso critico también a ciertos cantantes que cantan el vals como bossa nova. Le hacen perder el ritmo, le hacen perder el sabor típico criollo. Yo creo que un can­tante que no siente lo que canta no sabe cantar. Y lo que es falso no se puede sentir. Innovaciones de letras pueden estar muy bien, acortar para los efectos de la grabación, lo acep­to. Pero cambiar el ritmo, no. Lo mismo pasa con el alcatraz. Bailaba una pareja sola, y el hombre quería quemarle la vela a la mujer, o la mu­jer al hombre. Una sola persona per­seguía. No como se hace ahora, con esos movimientos exagerados de ca­dera.

C.L.: ¿Cómo ves el estilo actual de bailar marinera? Observo que en Nicolasa, como antes en Bartola, to­do el arte estaba en los pies.

AUGUSTO AZCUEZ: Ahora no hay más que movimiento de “tras­te”. No se ve juego de pies. Bartola tejía con los pies.

C.L.: Me interesa saber, Augus­to, ¿cómo conocieron ustedes los hermanos Azcuez a la señora Rosa Mercedes Ayarza de Morales?

AUGUSTO AZCUEZ: Fue así. La señora era admiradora de noso­tros. Un día nos invitó a su casa. Fuimos Elias y yo, Alejandro Sáez, Jesús Pacheco. Ahí tenía un apara­to que grababa. Nosotros cantába­mos, y ella grababa. Cuando termi­namos de enseñarle ciertas cosas, que le enseñamos bastante, cierto día me encontré con el doctor Graña. Me dijo: “oye, Augusto, sé que están donde Rosa Mercedes enseñándole cosas; y sé que te van a po­ner en el prólogo de la obra”. “Bue­no, le dije, me ponga o no me pon­ga no me interesa”. Lo cierto es que ni más. No me mencionó.

C.L.: ¿Que le interesaba sobre la música criolla?

AUGUSTO AZCUEZ: Le intere­saba sobre todo la marinera. Le can­tábamos marineras, resbalosas y fu­gas, y fonderos. Y otras cosas.

C.L.: ¿Y los pregones?

AUGUSTO AZCUEZ: Bueno, los pregones no existían como can­ción popular. Existían como prego­nes el de la tamalera (“ya se va la tamalera, zuá”) y el del heladero (“heladero, helao ‘e leche”). Ese era el pregón. Ahora, yo he oído can­tar, cuando tenía cuatro años, en mi casa de Malambo, “La conchiperla”, que dicen que es de la seño­ra Rosa. Dicen que es marinera; yo la conocí como tondero. Ahí, en esa casita que queda pasando el Ci­ne Rímac, en Malambo, quedaba la casa de mi tío Mateo Sancho Dávila, esposo de mi tía Clara y padre de Braulio Sancho Dávila. Era como una peña, donde cantaban marine­ras, panalivio, amor fino. Cada uno iba con su señora. Mi tía Clara era de “Los doce pares de Francia” y era decimista también. Cantaban Martina y Braulio Sancho Dávila, dos hermanos. Después, en los años veinte, la sociedad nos invitaba a sus casas, y veían bailar a Bartola. “Fíjate en los pies”, decían las se­ñoras cuando salía Bartola a bailar.

C.L.: ¿Se acompaña alguna vez la marinera con castañuelas?

AUGUSTO AZCUEZ: Nunca. Siempre es con cajón. Lo que sí vi en 1902 es acompañar marinera con tamborete. Tamborete es una mesa cuadrada que tiene abajo unas cin­tas de madera. Encima tiene una cu­bierta de lata y después otra de ma­dera. (Es el “tormento” chileno, acota Margot Loyola).

Caretas N° 470, 21 de diciembre de 1972.

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