Por César Lévano
Ayer, en la madrugada, murió Manuel Acosta Ojeda, mi hermano, el maestro de la música popular de Lima y del Perú, el compositor de Madre, de Cariño, de Si tú me quisieras, de Adiós y sombras, y cien valses, mulizas y yaravíes más.
Está claro, está oscuro, que me voy quedando sin mis mejores amigos. Uno a uno se han ido marchando Juan Gonzalo Rose, César Calvo, Víctor Merino, Carlos Hayre. Ahora se va Acosta. Rodeado estoy de sombra, Manuel.
En más de una ocasión he escrito que Rose buscaba la soledad, y que yo no la busco, pero la encuentro. Esta ausencia de Manuel puebla el silencio que me rodea.
Llega no obstante el recuerdo de su música. La poesía de sus letras, la tensión melódica de sus notas, el mensaje de lucha, de dolor y de protesta, abrieron una etapa en el cancionero popular. No se limitaba a la queja o la ira. Buscaba que la justicia se hermanara con la belleza, que la música fuera música. Creo que por todo eso es el digno continuador de Felipe Pinglo Alva y Pablo Casas Padilla. En esa ruta se hermana con el alborozado acento norteño de Abelardo Núñez, mejor dicho Abelardo Takahashi Núñez.
Conocí a Manuel en 1962, por azar. Esa casualidad nos unió para siempre, a lo largo de cien jaranas en mi casa. Pongo por testigo a Elías y Augusto Áscuez, a Pablo Casas a Nicomedes Santa Cruz, a Alicia Maguiña, a Víctor Merino, a Abelardo Vásquez, Tato Guzmán y otros maestros y reinas.
Escribí hace algún tiempo: “Manuel no solo ha estudiado la música popular de Lima y de la costa. La ha vivido (y bebido) intensamente. De ese trajín ha extraído conocimientos del alma popular que no cualquiera posee. Sabe que el dolor del pueblo se acompaña de alegría y que la risa puede ser también un arma de protesta”.
El humor de Manuel era asombrosamente agudo, rápido y certero. Una antología de sus ocurrencias (o de las de Jorge Vega “Veguita”, otro gran repentista, único contendor posible de Manuel en ese campo) asombraría y divertiría a esa especie en extinción que son los lectores.
No debo callar que por defender la justicia Manuel padeció la injusticia. Una intérprete me dijo que las compañías disqueras impedían grabar canciones de Manuel. El pretexto era que esa música no era comercial. En efecto, no era, no es, no será comercial.
En un homenaje a Manuel hace pocos años dije que a él se le podían aplicar estos versos de Atahualpa Yupanqui en El payador perseguido: “Cantor que canta a su pueblo / ni muerto se ha de callar, / que ande vaya a parar / el canto de ese cristiano / no ha de faltar el paisano / que lo haga resucitar”. Amén.
Diario Uno, 21 de mayo de 2015.