“De los que sobreviven”, diálogo con Julio Portocarrero

José Carlos Mariátegui y sus hijos, Lima, años 30 (foto: catedralibrejcm)

El 16 de abril de 1930, a los 35 años de edad, falleció José Carlos Mariátegui. El debate que sus ideas siguen suscitando y que aquí sintetizamos es sólo un síntoma y un signo precursor. Más allá de muchos fantasmas con vida, el inagotable pensador socialista dejó una herencia que apenas empieza a ser descifrada.

Por César Lévano

Libros y estudios sobre José Carlos Mariátegui se suceden con celeridad que exige dormir con un ojo abierto. Tan sólo el año pasado se han podido leer en Lima escritos de dos alemanes, un italiano, un francés, un chileno, un colombiano y un peruano.

Eso basta para calibrar la resonancia de ese personaje que empezó como hijo de una costurerita.

La proliferación de escritos y de citas exige, al mismo tiempo, un estar en guardia mental, un análisis atento —análisis que no cabe dentro de la brevedad y ligereza de una crónica.

Empezando por casa

Una de las contribuciones del año fue el libro de Virgilio Roel sobre el Proceso de la Economía en la serie “Presencia y Proyecciones de los Siete Ensayos”, que edita “Amauta”.

El libro trae entre otras cosas un esclarecimiento sobre el modo de producción que imperaba bajo el Imperio de los Incas, prescindiendo de ropajes románticos. Encierra una rectificación respetuosa de algunos conceptos erróneos del gran maestro del socialismo latinoamericano respecto al “comunismo inkaico”.

Por su parte, “El Bancario”, órgano oficial de la Federación de Empleados Bancarios, publicó en diciembre una valiosa selección de escritos mariateguinos sobre sindicalismo. La antología suscita, sin embargo, una atingencia. Se refiere al famoso “Manifiesto a los trabajadores del país lanzado por el Comité Pro 1º de Mayo”, en 1929. Es de la época de la creación de la Confederación General de Trabajadores del Perú, fundada por Mariátegui y lanzada a la aventura y el fracaso sectarios por Eudocio Ravines y cómplices.

Circunstancias, personajes y proceso de la C.G.T.P. de entonces están documentados en los cuatro tomos de los “Apuntes para una interpretación marxista de Historia Social del Perú”, de Ricardo Martínez de la Torre.

Aquí interesa señalar que el documento reproducido por “El Bancario” lleva, en el tomo III de Martínez de la Torre, este llamativo encabezamiento:

“En su condición de Secretario General del Comité Pro Primero de Mayo, Avelino Navarro sometió a consideración del mismo el siguiente manifiesto, después de haber sido revisado conjuntamente por José Carlos Mariátegui, Julio Portocarrero y Ricardo Martínez de la Torre. Aprobado y suscrito luego por las organizaciones adheridas al mismo, se imprimió en volantes reproduciéndose en “Labor”.” (El subrayado es nuestro).

Nos ha sorprendido siempre en ese documento algunos rasgos de pensamiento y de estilo que no son típicos de Mariátegui. En primer lugar, el tono demasiado duro con respecto a los anarcosindicalistas (en el prefacio a un trabajo de Martínez de la Torre sobre “El movimiento obrero en 1919”, Mariátegui había reprochado a éste el juzgar “los hechos a la distancia, sin relacionarlos suficientemente con el ambiente histórico dentro del cual se produjeron”). En segundo lugar, nos parece percibir crudezas de expresión y enredos de sintaxis poco afines con la prosa cristalina de Mariátegui. Por ejemplo: “los trabajadores han tenido que “aguantar” resignadamente tanto abuso…”; “tanta es la despreocupación de las masas que ha habido patrón que ha querido aprovecharse de la situación creando cajas mutuales, y asociaciones para el fomento del mutualismo, forma ésta de colaboración que el proletariado no puede aceptar. Y no porque toda asistencia social tiene que tenerla el proletariado mediante la conquista del Seguro Social, mediante la creación de fondos destinados para la jubilación y cesantía y enfermedades; pero estos fondos no pueden ser creados por el jornal del obrero…”

De los tres coautores señalados por Martínez, sólo uno sobrevive. Es Julio Portocarrero. El que fue también primer secretario general de la C.G.T.P. Ex obrero textil de Vitarte, luchador principal en el paro de las ocho horas de 1919, primer activista sindical en visitar la Rusia soviética, Portocarrero había roto con el anarcosindicalismo para hacerse comunista. Más tarde se separaría también del comunismo. Los avatares de nuestra criolla política convirtieron a Portocarrero en pradista durante los años 1939-1945 y en miembro de la Alianza Nacional, en los tiempos en que el furibundo antiaprismo de la extrema derecha preparaba la cama para el tirano Odría, antidemócrata, asesino y malbaratador de nuestras materias primas. Hoy Portocarrero es fervoroso partidario del régimen. “Estoy convencido – dice – que nunca ha habido un equipo de hombres revolucionarios con la capacidad, la solvencia, la brillantez de los que están conduciendo este movimiento”.

En cualquier forma, el testimonio de este veterano de la lucha social es decisivo para precisar “derecho de autor” en el texto en tela de juicio. Por eso le hicimos una entrevista grabada. De la extensa charla, que publicaremos íntegramente en otra oportunidad, entresacamos párrafos pertinentes:

C.L.: ¿Cómo fue redactado este texto? ¿Hizo Mariátegui un escrito de base que luego fue rehecho por otros, o se limitó a revisar un texto ya escrito?

JULIO PORTOCARRERO: (Después de leer cuidadosamente el manifiesto): No se puede, oiga usted; tomar así de improviso las cosas, porque es necesario hacer recuerdos. Ha transcurrido mucho tiempo. Pero este manifiesto, indudablemente se hizo con nuestras informaciones, con nuestros aportes. Avelino Navarro, yo, porque estas apreciaciones del movimiento sindical las hacíamos indudablemente con los conocimientos que poseía Mariátegui mismo y con los que nosotros, como elementos actuantes, teníamos de los hechos. El reconocimiento mismo que demandábamos del movimiento sindical por las autoridades, como lo dice el manifiesto, está indicando que salíamos de una etapa en que considerábamos que el movimiento sindical no tenía necesidad de buscar su reconocimiento puesto que las autoridades siempre usaban medios para burlar cualquier gestión. Todos estos hechos formaban parte de cómo veíamos el movimiento sindical, esa situación de crisis a que había entrado el movimiento sindical, después de nuestras prisiones del año 27, cuando fuimos llevados más de ochentaitantos trabajadores a la isla de San Lorenzo. Quedaron destruidas nuestras organizaciones, la Federación Local.

C.L.: Ya. Pero, la redacción, ¿corrió a cargo de Mariátegui? Porque un poco que no es el estilo.

JULIO PORTOCARRERO: No. No es tanto el estilo. El estilo es todo, ¿no es cierto? Hay que ponderar aquí, hay que ver. Y, claro, en este contenido también tenía sus aportes Martínez de la Torre. Eran los elementos intelectuales que podían dar; mucho más José Carlos. Ahora, ¿cómo se planteaba el movimiento acá? Yo ya había vuelto de Rusia. Por eso es que se enfoca el movimiento bajo otro aspecto. Ya consideramos que la Federación Local ha cumplido su misión, que la Federación Regional ha cumplido su misión. El movimiento sindical es necesario estructurarlo bajo nuevas formas, con nuevas bases, y por primera vez se plantea las federaciones de industria, los sindicatos y hasta los comités. Ahora tienes tú que los comités de paraderos de choferes han provenido precisamente de esa manera de plantear la estructura del movimiento sindical. La Federación de Motoristas y Conductores tuvo que tener su Comité del Callao y de Lima. En los ferroviarios, esto tomó otro carácter muy superior, porque llegó a irse Navarro a trabajar a Chosica. Y se metió a trabajar entre los ferroviarios y se construyó la Federación de Ferroviarios del Perú, a base de los sindicatos de La Oroya, de Chosica, del Callao. Es decir, una estructura nueva que hasta entonces se desconocía y había estado limitada, por ejemplo, al caso de los textiles. Esa es una de las características que yo traje, porque con Eudocio (Ravines) discutimos mucho sobre toda la estructura, estando él en Francia y yo también, cuando regresé de Rusia. Discutimos mucho sobre este problema de la organización sindical. De allí que el mismo nombre de Confederación General de Trabajadores se trate como prototipo de esa época. Así es que no se puede decir que es una labor de Mariátegui no más. O de Martínez de la Torre. Es este cúmulo de cosas que traje, y que se discutió y se habló. Y de entonces ya se fue plasmando este manifiesto, hecho especialmente para levantar el movimiento sindical para ese Primero de Mayo”.

De Mariátegui, considerado como fantasma

En la Edad Media, recuerda Alfonso Reyes, se hizo costumbre invocar al poeta Virgilio con cualquier motivo y para toda causa. Unos lo consideraban anunciador de Cristo; otros, como mago, o maestro de escuela, o una especie de gitano que dice la buenaventura al emperador Augusto.

Ahora, sobre Mariátegui se ciernen peligros enormes de desfiguración. Una de las maniobras más audaces es la del profesor Robert Paris. En la revista “Aportes”, de tan mala fama, el profesor Paris escribió (número de octubre de 1971) un artículo de intenciones muy poco ambiguas: “Mariátegui: un “sorelismo” ambiguo”.

Este y otros autores matriculan desenfadadamente a Mariátegui entre los discípulos de Georges Sorel, el teórico del anarcosindicalismo, del mito de la huelga general y del culto a la violencia, y no sólo de la proletaria. Necio sería negar todo influjo de Sorel en Mariátegui; pero es preciso fijar sus límites. Mariátegui veía en el contradictorio y a veces equívoco Sorel ante todo un combatiente contra el oportunismo, el “posibilismo” y la degeneración gobiernista y parlamentaria del socialismo europeo. Situó esa función de Sorel en términos cronológicos bien precisos: “en los dos primeros decenios del siglo actual”. Además, el Amauta anduvo siempre lejos de la violencia aventurera, no así de la violencia revolucionaria. Otra diferencia: Sorel, como decía Antonio Gramsci, “se quedó” en el sindicato. Mariátegui fue más allá: creó un partido político. La palabra mito no contiene en Mariátegui el mismo concepto que en Sorel; cubre, para emplear una expresión de la lingüística contemporánea, otra superficie conceptual. El chileno Yerko Moretic encuentra que Mariátegui emplea esa palabra como sinónimo de “ideal”. En todo caso, el propio autor de los “Siete Ensayos” estableció este hito en el campo de sus admiraciones: “Lenin aparece, incontestablemente, como el restaurador más enérgico y fecundo del pensamiento marxista”.

Ya en este terreno nos encontramos con otros trabajos sobre Mariátegui aparecidos en 1971. Uno de ellos es “Mariátegui. Tres estudios” (Biblioteca Amauta), que contiene trabajos realmente importantes aparecidos originalmente años atrás, y debidos a Antonio Melis, de Italia, y Adalbert Dessau y Manfred Kosok, de la República Democrática Alemana.

El estudio de Melis toca el tema soreliano. Expone una posición distinta a la que sostuvo su autor en la revista italiana “Ideologie”, No. 1, 1967. Melis escribe en “Mariátegui, primer marxista de América” (Tres estudios):

“Contra el chato racionalismo, Mariátegui reivindica la necesidad de un mito, de una concepción metafísica de la vida. Es éste el punto extremo de irracionalismo que se encuentra en los escritos del ensayista peruano, aunque es cierto que en los últimos años había superado estas contradicciones”.

“José Carlos Mariátegui” es el sencillo título de un libro magnífico, de Yerko Moretic. Sobre la obra del gran teórico y político socialista, Moretic escribe: “a veces silenciada, otras negada o tergiversada, sigue ofreciendo, casi intacto, un bagaje inescudriñado de ideas”. El trabajo es de años anteriores; pero en diciembre de 1970 fue lanzado en edición popular por la Universidad Técnica del Estado de Chile. Llegó al Perú en 1971.

“Los orígenes del pensamiento marxista en Latinoamérica” es un pequeño volumen del colombiano Francisco Losada, editado en Cuba y reeditado en España. Posada —recientemente fallecido— acusa a Mariátegui de sorelismo, bergsonismo, voluntarismo, subjetivismo y otros ismos. Como Robert Paris; pero sin la mala fe de éste, arranca de un desconocimiento absoluto de la historia social del siglo XX en el Perú. No se puede comprender cabalmente a Mariátegui sin las luchas obreras de principios de siglo: es decir, sin su situación, sin su marco histórico.

También en Colombia, la revista “Documentos políticos” publicó, en agosto de 1971, un trabajo titulado “Aproximaciones al estudio de la ideología de Mariátegui”. Es un análisis, como dice su autor, “sin pretensiones trascendentales”. Lo cual no obsta para que también presente al Amauta como un titán picoteado “por influjos idealistas”.

Ojalá todos estos libros —y también este comentario— tuvieran la virtud de estimular la lectura y el estudio serio de la obra de un hombre que, en los años veinte, década infame, se atrevió a declarar: “Tengo una declarada y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del socialismo peruano”.

Caretas N° 455, 20 de abril de 1972.

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