Por César Lévano
Gabriel García Márquez es un ejemplo de respeto a la mujer, a la que siempre ha considerado –bajo la forma de la abuela y de las tías– como fuente de su inspiración.
El autor de Cien años de soledad, la novela máxima de Nuestra América, el Don Quijote de nuestro tiempo, ha declarado: “toda mi formación es a base de cultura popular”. Aun en los tiempos revueltos que le ha tocado vivir en Colombia, fueron las mujeres la correa de transmisión de tradiciones, leyendas, desbordes de la imaginación.
Eso me hace pensar en una frase de Goethe: “Se piensa siempre en los héroes que fueron a la guerra; pero se olvida a las mujeres de esos guerreros, que se quedaron solas en sus casas, en la paz de la tristeza”. Cito de memoria, pero soy fiel a la idea del poeta mayor de la lengua alemana, amador de las bellas y amado por ellas, quien, al final de su Fausto, escribió: “Lo eterno femenino nos conduce a lo alto”.
Las páginas de García Márquez están llenas de amor por ellas, y de consideración por sus sentimientos. El amor en los tiempos del cólera es un homenaje, en clave de ficción, al amor de sus padres. Inolvidable es su crónica: Las señoras casadas se suicidan a las cinco de la tarde. Basándose en datos de la crónica policial, se duele del destino de esas damas cuyo esposo está muy ocupado en su oficina, cuyos hijos han sido coronados por el éxito y se han alejado, y, entonces, a las cinco horas vesperales, cuando han terminado de ver su telenovela favorita, ingieren la cicuta de la muerte.
En el Perú, es como si nada de eso se hubiera escrito. La mujer es acá víctima del acoso, cuando no de la violación. No solo las capas sociales más pobres incurren en esos atentados. Los despechados por una mujer se desahogan con el método cobarde de la golpiza y el asesinato. Se les malpaga en el empleo y en el trato, sobre todo si no son blancas y rubias. Se les insulta con “piropos” recargados de vulgaridad, torpeza e irrespeto.
Las autoridades civiles, la policía y hasta la Iglesia transmiten, en los hechos y en las leyes, el maltrato y el menosprecio de la mujer.
Hay detrás de todo un problema de cultura, de civilización, no solo de educación. En el Perú hay muchos varones que necesitan aprender a ser hombres.
En la lucha contra esos estigmas toca un gran papel a las mujeres, en particular al creciente número de intelectuales y profesionales del bello sexo. Gran papel corresponde también a los maestros y maestras.
Diario Uno, 3 de octubre de 2016.