Las cartas de amor dirigidas por María Emilia Heudebert al enamorado escritor abren las cortinas de una época.
Por César Lévano
“No soy de temperamento erótico ni de corazón muy combustible”, escribió Riva Agüero a su gran amigo Francisco García Calderón. Sin embargo, datos de su intimidad que afloran en años recientes indican que estuvo enamorado de la bella María Emilia Heudebert (en la foto). Lo consumían, en el fondo, otras pasiones. Una era la literatura, otra la historia. Aunque enraizado en un espíritu de casta, otra de sus pasiones fue el Perú.
El debate sobre el legado de José de la Riva Agüero a la Universidad Católica ha puesto entre paréntesis al personaje intelectual y político, y aun al ser humano de carne, hueso y corazón.
Muchos polemistas ignoran, callan o subestiman el hecho de que Riva Agüero, el aristócrata, nacido en 1885, fue un historiador precoz, quien a los 19 años de edad escribió la brillante tesis El carácter de la literatura del Perú, que deslumbró a autores tan rigurosos como el español Miguel de Unamuno.
Esas páginas son otra herencia que suscita batallas. Por ejemplo, en 1962, la Universidad Católica inició la publicación de las obras completas de Riva Agüero. Pues bien, en el primer volumen, consagrado a la tesis mencionada, hay una curiosa alteración. En la versión original, publicada en serie en 1905 por la revista limeña “Prisma”, se lee que la decadencia de la raza española en el Perú se debe, entre otros factores, a “el prolongado cruzamiento y hasta la simple convivencia de las razas inferiores, india y negra”. En la edición de 1962 se maquilla así la frase: “el prolongado cruzamiento y hasta la simple convivencia con las otras razas india y negra”.
Sin embargo, el azar intervino en la pequeña historia. El editor se olvidó del prólogo de José Jiménez Borja, quien había estampado en ese mismo tomo la frase original con todas sus letras.
Jorge Basadre, en diálogo con Pablo Macera, trazó una línea divisoria entre el Riva Agüero joven y el de la etapa final que arranca de 1930.
En su fase inicial, que incluye trabajos como La historia en el Perú o Paisajes peruanos (donde está el pasado, pero no el presente del indio), era un conservador abierto a las ideas del progreso. Anduvo cerca del pierolismo. Su primer libro, el de la tesis temprana, toca la alarma sobre el dominio de Estados Unidos en nuestros países: “Vendrá primero la absorción económica, el adueñarse de todas las fuentes de la riqueza; después, como inevitable corolario, vendrá el alto dominio político: la cancillería de Washington nos gobernará y manejará a su antojo”.
La Balada del amor
A esa época inicial corresponde un idilio con la bella María Emilia Heudebert. Ismael Pinto, en artículo periodístico, y luego Osmar Gonzales, en su pequeño libro Itinerario sentimental de José de la Riva Agüero, han desvelado los secretos de ese único amor, a la luz de la correspondencia que existe en el Instituto Riva Agüero de la Universidad Católica.
No parece que el futuro marqués fuera un galán apasionado. Hay quienes lo atribuyen a la dolorosa experiencia de la muerte de su padre, ocurrida en un lecho que no era el conyugal –“en situación non sancta con una doméstica de color humilde”, escribe Pinto–. Sea como fuere, el joven don José estuvo enamorado, a los 29 años de edad, de la señorita Heudebert, de 27. Las cartas de ella revelan amor quemante. Escribe Gonzales: “María Emilia (en una primera carta) se confiesa perdidamente enamorada e invita a Riva Agüero a que la conozca bien y sepa cuán intensa y viva es la emoción que la agita, según sus propias palabras”.
La joven fue correspondida por ese pretendiente ilustre, adinerado y de alto rango social. El romance era púdico y escondido, según la época. De pronto él decidió partir a su primer viaje a Europa. Antes, anunció el rompimiento no sin acompañarlo de un piropo: agradecía el amor de una mujer como ella, “de deslumbrante hermosura, suavidad e ingenio”. Poco después, la joven moriría víctima de una meningitis.
Más tarde, en su larga estancia de los años 20 en Europa, el historiador incurrió en una historia erótica más bien intrigante. Gonzales incluye en su trabajo una carta de Riva Agüero dirigida desde Roma, el 21 de enero de 1927, a su administrador. En ella explica: “garanticé bajo mi firma, y con documentos que son jurídicamente intachables, una renta anual de 300.000 francos hasta 1932 a una señora francesa, con quien he tenido relaciones”.
No era, evidentemente, el pago por una prestación de servicios. He aquí otro enigma.
Riva Agüero era hombre de memoria prodigiosa. Pocos saben que no le gustaba leer, sino que le leyeran, pero todo se grababa indeleblemente en sus neuronas. Para esto tuvo secretarios tan eminentes como los jóvenes Raúl Porras y Abraham Valdelomar.
El Perseguidor
Al final de su vida, Riva Agüero manifestó su adhesión al fascismo. En eso, no era hombre de medias tintas. En 1933, bajo el gobierno de Oscar R. Benavides, fue presidente del Consejo de Ministros y ministro de Justicia. Como tal, fue implacable perseguidor de apristas y comunistas. Renunció en mayo de 1934, por negarse a firmar la promulgación de la ley del divorcio.
El marqués había expuesto, en una entrevista de Alfonso Tealdo, su alegría por el avance victorioso de las tropas nazis en suelo ruso. El cambio militar ulterior, lo afectó. Teodoro Hampe, en artículo publicado en El Comercio el 25 de octubre de 1994, sugiere que el cambio de rumbo político que se vislumbraba después de la guerra afectó al personaje. Cuando fallece, el 25 de octubre de 1944, la historia refutaba al historiador.
Revista Caretas, 4 de abril de 2007.