Con una gira por varias ciudades del país, Raúl García Zárate celebra sus 60 años de guitarrista.
Por César Lévano
La primera actuación pública de Raúl García Zárate arrancó carcajadas. Fue así: tenía ocho años de edad y era alumno del Colegio San Juan Bosco de Huamanga. De pronto apareció en el escenario del plantel una guitarra que caminaba. Primera salva de risa. Cuando a un profesor se le ocurrió ponerle un banquito bajo los pies, porque sus piernas colgaban, la risa arreció a mandíbula batiente.
Nos cuenta ahora el maestro García Zárate: “Para mí era inquietante, porque no sabía por qué se reía el público. Al terminar, salí deprisa del escenario y pregunté por qué se había carcajeado la gente. Me explicaron: ‘Primero, la guitarra parecía caminar sola, pues era de tu tamaño. Después, cuando te sentaste, sólo se te veían la cabeza y las manos’”.
García Zárate no rememora este año ese jocoso debut. Lo que celebra es su primer recital en serio, en 1944, también en Huamanga (nació en esa ciudad, el 12 de diciembre de 1932). El 14 de agosto inicia en el Museo de la Nación un periplo nacional.
Su larga dedicación a la guitarra, en particular la tradicional andina, lo ha elevado al reconocimiento nacional e internacional. Series de conciertos en Alemania, Francia, México, Cuba y Estados Unidos lo atestiguan.
Ultimamente, estuvo en Tokio para una serie de conciertos. ¿Cómo reacciona el público japonés ante nuestra música? “Parece que se sienten muy identificados con ella”, expresa el artista. “En una ocasión, en Tokio, al final del concierto, se presentó una pareja de jóvenes con vestimenta ayacuchana. Al despedirme me abrazaron y me dijeron, en quechua: ‘amajonjaichu’ (no me olvides). Me explicaron que interpretaban música ayacuchana aprendida en discos. Las letras quechuas también las cosechaban en éstos. Yo les expresé que sería bueno que viajaran al Perú, para ajustar su interpretación. El año pasado vinieron y viajaron a Ayacucho. Han grabado varios discos en Japón”.
Alguna vez el guitarrista Javier Echecopar me dijo que la versión de “Adiós, pueblo de Ayacucho” es tan bella y compleja como un estudio de Bach. Es, verdad, un clásico absoluto.
¿Cómo brotó ese manantial de música?
Cuenta Raúl que lo escuchó por primera vez, de niño, en un disco grabado por el arpista ayacuchano Tani Medina. Este vivió durante años en Caracas, donde formó un grupo de música peruana.
Cuenta el maestro: “En cierta ocasión el folclorista huanca Emilio Alanya (“El Moticha” inolvidable), que había viajado a Caracas, me trajo una carta de Tani Medina en la que me pedía que lo invitara al Perú. En ese entonces se iba a inaugurar el primer Congreso del Folclor Nacional , y propuse que se le nombrara mentor oficial del certamen”.
Sin embargo, el gran arpista había olvidado algo del antiguo sabor. Hubo que iniciar un proceso de reconstrucción y afinación ¿Cuántos años has trabajado en el tema?, preguntó. Respuesta: “Todas las canciones de mi repertorio las trabajo mucho tiempo y las sigo trabajando. Con el correr del tiempo se va agregando algún acorde, alguna nota, que puede enriquecer la versión”.
Una precisión de este hombre que en guitarra ha puesto la música peruana a la altura de los grandes maestros de las seis cuerdas: “Nunca he escogido canciones que me pidieron que tocara, o que estaban de moda, sino aquello que me toca emocionalmente. Me apena que se esté olvidando o desfigurando nuestra música popular”.
Revista Caretas, 12 de agosto 2004.