La obra de César Lévano enseña que el periodismo y la literatura no son tan distintos ni tan distantes.
Por Víctor Hurtado Oviedo
Las entrevistas más breves empiezan con esta pregunta: “¿Tiene usted algo que añadir?”. Así ocurre también con la vida. Pasan los años, vuelven a pasar, y el tiempo se inquieta y nos pregunta qué debemos añadir. Algunos responderían: “Nada nuevo: sólo otro día dictado por mis principios”. César Lévano pertenece a esa estirpe. Días atrás, el 11 de diciembre, este maestro del periodismo peruano cumplió 81 años.
En su libro «La crítica en la edad ateniense», Alfonso Reyes escribió que los antiguos griegos situaban, hacia los 40 años, la plenitud de la creatividad. A su vez, Dante Alighieri anunció que había comenzado a idear su Commedia (que Petrarca apodó ‘Divina’) en la mitad del camino de la vida; es decir, a los 35 años pues él creía bíblicamente que los 70 años eran la edad ideal que debía vivir un hombre.
Esos son ejemplos clásicos y, por excepción, erróneos. La edad importa menos que la continua juventud de los principios éticos, y más vale ascender con el apellido Lévano que hundir el de Mariátegui.
Para quienes estamos en la segunda edad y media, Lévano era solamente un nombre sobre una prosa elegante que iluminaba la Caretas de los años 60. “Escribe César Lévano” era el imprimátur del buen gusto y de la inteligencia en entrevistas y semblanzas que entonces suponíamos efímeras y que lo son en un sentido. Casi todos los políticos de esas entrevistas y los personajes de tales semblanzas han vuelto a su nada y son ahora soplos de sombras, pero el estilo de Lévano aún nos habla con la perennidad de un libro.
LA FORMA ES EL FONDO
En el estilo de César Lévano se revive la paradoja de un soneto de Quevedo: la permanencia de lo “efímero”. Quevedo se conmovió ante el fugaz esplendor de Roma, que yace en ruinas; pero, entre ellas, el río Tíber fluye siempre, más antiguo que el latín. Quevedo registró esta ironía: “Sólo el Tíber quedó, cuya corriente / si ciudad la regó, ya sepultura, / la llora con funesto son doliente. / ¡Oh, Roma! En tu grandeza, en tu hermosura, / huyó lo que era firme, y solamente / lo fugitivo permanece y dura”.
Así también, deshechos los personajes, siempre quedará la prosa de César Lévano: ligera, sólida y brillante, como pulida en un cristal de tiempo, y en la cual destellan las figuras literarias como flores de plata.
Alguna biografía referirá, mejor que esta página, las virtudes cívicas y éticas de Lévano, probadas en cárceles y pobreza. Aquí dediquemos unas líneas a demostrar cómo su estilo niega la discordia imaginada entre el periodismo y la literatura. No son tan distintos ni tan distantes.
¿Se entienden el periodismo y la literatura? César Lévano ha resuelto esta cuestión haciendo literatura mientras escribe periodismo. El periodismo puede ser tan literario como una novela, un soneto o un ensayo. Al fin, aunque le añadamos deberes éticos y compromisos políticos, la literatura baila sola: es una hermosa desviación del lenguaje.
La literatura ni siquiera está en el género empleado (todos son iguales); por ejemplo, hay novelas que por fuera y por dentro tienen la dignidad literaria de la guía telefónica. (Los griegos carecían del concepto de “literatura”; con esta palabra, lo crearon los latinos.)
Años ha, Abraham Valdelomar compuso un soneto estremecedor, El hermano ausente en la cena pascual. Recordó en él la ternura de su madre, pero no escribió “la ternura de la mirada de mi madre” ni “la dulzura de su mirada”; esto lo diríamos todos. Valdelomar fue un gran poeta y sublimó su idea: “Hay un sitio vacío en la mesa hacia el cual / mi madre tiende a veces su mirada de miel”. Esta mirada es realmente imposible; por esto es literaria, “falsa”: porque la literatura es aludir a las cosas reales mediante cosas figuradas, según precisaba Francisco Umbral (Trilogía de Madrid).
A su vez, César Lévano nos informa de que Waldemar Espinoza ha examinado intensamente documentos históricos. Lévano no lo dice así; es artista: no frecuenta tal pobreza; él escribe: “Waldemar Espinoza es un historiador que se internó durante años en la selva virgen de los archivos de España” (Caretas, 14 de junio del 2007, p. 57).
FIGURA ES LITERATURA
¿Hay diferencia entre aquel verso de Abraham Valdelomar y la frase periodística de César Lévano? Ninguna; son iguales porque ambas son figuras retóricas (las dos, metáforas). La esencia de la literatura es el lenguaje figurado. Metáforas, símiles, hipérboles, metaplasmos, imprecaciones, ironías, etcétera, son las piezas móviles que levantan la obra literaria. Estas piezas pueden aparecer en cualquier texto; por tanto, cualquier texto puede convertirse en literatura. Valdría considerar este concepto “materialista” de lo literario.
Así, las figuras retóricas o literarias son como objetos físicos. En una página hay epéntesis y tropos como en un ropero hay camisas y corbatas. Una metáfora lo es siempre, esté donde esté; cuando aparezca, durante unos segundos espléndidos, convertirá en literatura cualquier escrito.
Luego, uno analizará las figuras según su propio gusto. Cuando nos parezcan estéticamente buenas, habrá buena literatura; si no nos lo parecen, el escrito será literatura mala o simple. Escribir “el tiempo vuela” es literario, mas, por manido, es pobre. Lo contrario es lo cursi. El cursi es un extremista del estilo: todas sus figuras son exageradas o ridículas, pero son literarias. El cursi es más literario que casi todos los novelistas de moda, y habría que amarlo por mostrarnos en qué espantos acaba la falta de control.
A la inversa, César Lévano ha hecho gran literatura en el periodismo porque su talento la crea, inacabable, y porque el papel aguanta todo, hasta la belleza.
Un historiador peruano me confesó cierta vez: “Yo no he pecado más por el temor de que lo supiera Emilio Choy [generoso intelectual ya fallecido]”. Esta influencia amistosa y moral ejerce también César Lévano en quienes tiene cerca: los disuade de pecados éticos y estéticos con su doble ejemplo de integridad y buen gusto.
Nacido de estirpe heroica y proletaria; desvalido de riquezas fenicias; víctima temprana de tragedias que hubiesen doblegado a un hombre; estilista de la inteligencia; autodidacto de profesión estudiante; firme en su fe política, erudito y popular, César Lévano ennoblece nuestro país y nuestro tiempo. Con su modestia inmerecida y su prosa serena y esplendente, nos alecciona en la decencia y en el arte. Rindámosle el homenaje de leerlo y el de la gratitud.
Diario Perú 21, 2 de enero de 2008.