Por César Lévano
Hace buenos años comenté en La República el libro «The work of nations» («El trabajo de las naciones») de Robert Reich. El volumen acababa de aparecer en los Estados Unidos. En esas páginas encontré y exhibí datos aleccionadores: el crecimiento industrial de la Unión se basó en los altos aranceles, que podía llegar a 50 por ciento o más, en una muestra de extremo proteccionismo. Reich cuenta allí lo que dijo Abraham Lincoln al respecto (cito de memoria):
“Yo soy un hombre sencillo que no sabe mucho de economía. Pero me doy cuenta de que si compramos una máquina en el exterior, la máquina se queda en los Estados Unidos, pero los dólares se van al extranjero. En cambio, si producimos acá la máquina, la máquina y los dólares se quedan en nuestro país”.
El gran estadista, que rechazó el esclavismo de los estados del sur, resulta así un precursor de la lucha contra el neoliberalismo y contra las recetas del Fondo Monetario Internacional, que han traído los resultados de pobreza, hambre, ignorancia y quiebra educacional que padecemos.
Reich fue ministro de Trabajo de John Kennedy. Después del notable libro que hemos mencionado, publicó otro titulado I’ll be short (Seré corto, en alusión humorística a su corta estatura física). La edición es de 1992, pero Reich acierta en señalar, hace muchos años, que su país está amenazado por el egoísmo de la gran empresa y la pérdida de valores morales que otrora impulsaron el desarrollo de su país.
En la presentación del libro, la Beacon Press de Boston, la editora, expresa: “Con su humor, humanidad y candor característicos, uno de los más distinguidos líderes públicos y pensadores de la nación entrega una visión fresca de la política, mediante el retorno a valores básicos estadounidenses: los trabajadores deberían tener participación en el éxito de sus compañías, los que trabajan no deberían vivir en pobreza y todos deberían tener acceso a una educación que mejore sus posibilidades en la vida”.
En las páginas finales de su trabajo, Reich condensa principios:
“Primero, así como a las compañías les va mejor, a sus empleados les debería ir mejor también. Los negocios prósperos deberán hacer todo lo posible para mantener empleadas a las personas, en lugar de despedirlas. Deberían proporcionar a sus empleados beneficios de salud y retiro”.
“En segundo lugar, los empleos deberían pagar lo suficiente para sacar a una familia de la pobreza. Esto requiere un salario mínimo adecuado indexado con la inflación…”
“En tercer lugar, todos deberíamos tener oportunidad plena para sacar el mayor provecho de los talentos y habilidades otorgados por Dios”.
Diario Uno, 29 de junio de 2016.